CAPÍTULO 13

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Sentía los ojos picándole. Había estado parte de la tarde y noche en la habitación de su hija, asegurándose de que ella se duchara, porque claro, ella insistía en hacerlo sola, y arroparla después. La niña no había dicho absolutamente nada, ella era más inteligente que muchos niños de su edad, cosa que, en ocasiones como esa, el pelinegro odiaba.


Acomodo por enésima más el rosado edredón, asegurándose de que su hija estuviese bien abrigada para la fría noche que amenazaba con azotar la ciudad. No era consciente de la dulce mirada de la niña, ella no se atrevía a decir nada por el simple hecho de mirar la expresión perdida en el rostro de su padre. El pelinegro miraba entretenido el tierno estampado del edredón, el cual era un inmenso búho con ojos brillantes y hermosos. Suspiró con cansancio mientras apartaba la mirada y luego se tallaba los parpados.


—¿Qué tienes papi? — un débil murmulló logró atraer la atención del de cabellos negros.

—Nada mi amor. — intentó sonreír.

—Estás enojado, ¿verdad? — la niña se incorporó y se abrazó a él, pasando sus delgados brazos alrededor del fuerte cuello— Lo siento papi. Te juro que no volveré a hablarte así. — la dulce voz pareció quebrarse a la vez en que los pequeños y preciosos ojos se cristalizaban.

—No, mi vida. — logró que la niña le mirara— No llores.

—Es que es mi culpa. — él sacudió la cabeza en negación.

—Claro que no. Son otras cosas. No te preocupes, no pasa nada.

—¿Es por Ji Yong oppa? ¿Por lo que dijo? — la niña frunció el ceño.

—Son muchas cosas, mi amor. — apartó algunos mechones de la frente de ella, delineando después su delicado rostro, sacándole una bonita sonrisa a la niña— Pero todo está bien.

—Entonces, ¿por qué tienes esa cara?— él sonrió.

—Porque es la única que tengo. — intentó bromear.

—¡Papi! No eres gracioso.— se cruzó de brazos, girando la mirada.

—¿No? ¿Cómo qué no?— tomó a la niña y la recostó en la cama mientras comenzaba a hacerle cosquillas, escuchando la melodiosa risa resonando por toda la alcoba. La sonrisa que se marcaba en sus delgados labios rosados era preciosa y aquellos ojos entrecerrados que comenzaban a lagrimear le daban un aspecto adorable.

—¡Papi, basta!— chilló la niña entre risas— ¡Sí eres gracioso! ¡Eres gracioso!

—¿Lo ves? Lo soy.— la chiquilla sonrió divertida — Anda, ya es hora de dormir.

—¿Te quedarás aquí hasta que me duerma?

—Por supuesto.— ayudó a la pequeña a meterse bajo las sabanas— Tendremos problemas conmigo. Soy un gigante.— ambos rieron.

—Pero eres un gigante muy guapo.— cuando ambos estuvieron recostados, ella simplemente se acurrucó contra el pecho de su padre, quien dichoso, la sostuvo entre sus brazos mientras acariciaba tiernamente los castaños cabellos.

—Descansa, mi princesa. — murmuró.


Al cabo de un rato, cuando la respiración de la niña se normalizó, se apartó de la cama silenciosamente y salió de la alcoba, cerrando la puerta a sus espaldas. Andando hasta la sala, se sentó en uno de los sofás mientras se cubría el rostro con las manos.

Se sentía cansado y sumamente desorientado. Eran tantas cosas las que pasaban por su mente, que ya no tenía un punto específico por el cual preocuparse. Simplemente, era todo. Ya no se reconocía a sí mismo. ¿Qué se suponía que tendría que hacer desde ese momento en adelante? Había estado luchando por no convertiste en el maldito juguete de ese hombre y no se dio cuenta de que lo fue desde el momento en que subió a su coche hacía meses. Ahora ya no era más que un lindo muñeco al cual ese hombre disfrutaba vestir, alimentar y utilizar a su antojo.

AMOR POR CATÁLOGOWhere stories live. Discover now