Capítulo 5

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Me humedecí los labios resecos.

Me había quedado en silencio, mirando pasmada aquella nota.

—Debe de ser una broma, una estúpida e inútil broma. —me aseguré a mi misma en un intento de abrazarme.

Fui hacia la ventana y corrí sólo unos centímetros la cortina para echar un vistazo afuera.

La soledad consumía el vecindario por el frió que azotaba la acera y ni un suspiro se asomaba en la calle.

Colgué mi mochila sobre mi hombro y subí las escaleras.

Me encerré en mi habitación y me dejé caer sentada en el cama, colocando la cajita negra frente a mí.

Releí la nota más de diez veces, y esta no contenía nada más que aquel papel grueso.

—¿Cielo o infierno, tú ya estás en esto? —repetí en voz alta, pensativa.

Tenía que admitir que me encontraba aturdida.

¿Qué clase de nota era esa?

Sonaba a una amenaza, o quizá advertencia, ¿pero de qué?

O tal vez, esa nota no era para mí. Quizá, era para alguien de mi familia.

Oh mierda.

Me puse de pie rápidamente y fui a la habitación de mi hermano que quedaba al final del pasillo.

Golpeé de forma frenética, ya que de seguro se encontraba con los audífonos a todo volumen.

—¡Maldición Angélica, ya voy! —gritó al otro lado.

Aun así, seguí golpeando.

La puerta se abrió con brusquedad y Dylan parecía completamente frustrado.

Llevaba colgando en su cuello los cascos y la música que salían de ellos. Estaba al máximo.

Se había puesto ropa cómoda: remera negra gigantesca de Nirvana y gastada por los años, y unos pantalones de algodón grises que combinaban con sus medias.

—¿Qué sucede? —masculló.

Le tendí la cajita, como forma de respuesta.

—Han tocado el timbre, que por lo que sé no lo has escuchado y me he encontrado esto en la entrada.

Dylan tomó la cajita con desconfianza y leyó la nota, con el entrecejo fruncido.

Acto seguido, volvió a posar la cajita en la palma de mi mano, con gesto desinteresado.

—De seguro es una broma, no te pongas paranoica.

Antes de que pudiera decir algo al respecto o por lo menos, contradecirlo, me cerró la puerta en la cara.

—¡Dylan! —grité, enfadada.

El muy inmaduro me ignoró.

Volví a mi habitación y me encerré en ella.

Guardé la cajita en el cajón de la mesita de noche y me obligué a olvidarme de aquella cosa, que sólo me traería preocupaciones.


Eran las ocho de la noche, y supuse que mamá ya estaría apunto de llamarme para la cena, asi que decidí bajar a la primera planta.

Para mi sorpresa, ya estaban todos sentados devorando el pastel de carne, y nadie me había avisado que la comida estaba lista.

—Gracias por avisarme. —solté en voz alta, molesta.

Me quedé frente a ellos viendo como charlaban de forma animada y mamá fue la primera en mirarme.

—Oh, Angélica. ¿Por qué no has venido a cenar con nosotros? —preguntó, dándose vuelta en la silla.

No te olvides de Angélica.Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon