Capítulo 11

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Me acomodé en el banco del piano, justo al lado de aquel chico cuya palidez era tan intensa que parecía a punto de desvanecerse en cualquier momento. La curiosidad y la incertidumbre se mezclaban en el aire, creando una tensión palpable entre nosotros.

No había una razón clara para mi intuición, pero sentía que él tenía la llave para revelarme lo que anhelaba saber. Aquello que Ethan había ocultado, lo que el enigmático doctor Duran no podía descifrar y lo que mi propia mente había luchado por comprender, todo parecía estar contenido en ese chico demacrado.

Mi sexto sentido se había convertido en mi guía más confiable en estos momentos turbios. Con cada día que pasaba, su influencia se fortalecía, orientándome hacia respuestas que antes parecían inalcanzables. Era como si mi intuición fuera el hilo conductor que me llevaba por el laberinto de incertidumbres hacia una claridad emergente.

—¿Me permites hacer una cosa? —pregunté con una chispa de intriga en mis ojos.

Él asintió, tomando una profunda bocanada de aire, como si se estuviera preparando para algo desconocido.

Sin perder más tiempo, saqué mi teléfono y envié un mensaje rápido a mi madre. Sus ojos seguían a los míos, llenos de curiosidad y un ligero asombro por lo que estaba a punto de suceder. El tintineo de una notificación indicó la respuesta de mi madre, un sí acompañado por la típica advertencia materna de ser rápido.

Mis dedos ágiles abrieron la aplicación de Skype y el rostro sonriente de mi madre apareció en la pantalla. Era como si no me hubiera visto en meses, a juzgar por su expresión radiante.

—Hola, mamá —anuncié con un tono travieso—. Solo quería mostrarte la sala de música.

La voz de mi madre resonó a través de la conexión digital, llena de sorpresa y alegría genuina.

—Pero, Angélica, ¿no deberías estar en clases en este momento? —preguntó, con un atisbo de escándalo fingido.

—Tengo un par de horas libres, el profesor de historia tuvo que ausentarse —mentí con soltura—. Solo echa un vistazo a los instrumentos.

El celular en mi mano se convirtió en una ventana mágica a mi mundo, mientras lentamente giraba la cámara frontal para capturar cada rincón de la habitación.

—¡Pero esto está mucho mejor equipado de lo que recordaba! —exclamó mi madre, genuinamente sorprendida.

Continué mi pequeño recorrido visual, deteniéndome aquí y allá para enfocar en los detalles. Llegué finalmente a posicionar la cámara frente al chico a mi lado, cuya actitud tensa y los brazos cruzados no pasaron desapercibidos para mi madre a través de la pantalla.

Unos segundos parecieron eternos mientras dejaba que mi celular grabara la imagen, esperando que mi madre hiciera la pregunta que estaba esperando... pero su respuesta fue algo completamente inesperado:

—Me encanta ese violonchelo, no tenía idea de que la escuela estuviera tan comprometida con la música. Esto es verdaderamente excelente.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras luchaba por mantener la calma, palideciendo ante la situación que se desplegaba ante mí.

Era una verdad incómoda pero ineludible: ella no podía verlo a él.

Mis manos temblaban ligeramente mientras me despedía precipitadamente de mi madre en la pantalla y guardaba el teléfono en el bolsillo, casi sintiendo que mi corazón latía a mil por hora. Mi mano instintivamente se posó sobre mi pecho, buscando algún tipo de anclaje mientras me apoyaba en la pared para mantener mi equilibrio emocional.

No te olvides de Angélica.Where stories live. Discover now