Capítulo 6

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Sus ojos grises me miraron con suspicacia, y su rostro parecía relajado, disfrutando de mi expresión sorpresiva. Tenía los codos apoyados por encima de la barra, y su sonrisa se ensanchó aún más, demostrándome que nuestro encuentro no era para nada casual.

—Angélica, él es Ethan, el hijo de nuestro entrenador. —nos presentó Taylor.

—Sí, lo conozco. —musité, llevándome rápidamente el pico de la botella con agua a la boca y bebiendo como si no lo hubiese hecho hace años.

Deseé con mi alma tener más maní.

—¿Ya se conocen pero... cómo? —preguntó Taylor, confuso.

—Nos conocemos desde antes. —contestó Simón, sin ni siquiera molestarse en dar explicaciones.

Miré a Simón o a Ethan (realmente no sabía cómo debía llamarlo a partir de ahora) y éste se encontraba demasiado confiado con nosotros, cómo si toda la situación le resultara un chiste.

—¿Has venido con tu hermana? — pregunté algo nerviosa.

Quizá si él veía a mi hermano con Cleo, podría ponerse hecho una furia por pensar cualquier cosa de ellos dos.

—¡No, ella ha preferido quedarse en casa! —contestó, acercándose un poco más a mí porque la musica estaba demasiado alta.

Me alivié.

De pronto, las luces se apagaron y fueron remplazadas por la oscuridad del lugar.

Cuando marcaba la una de la madrugada, San Diego le daba la bienvenida a la noche de fiesta, convirtiéndolo en algo descontrolado.

Las luces de colores se hicieron presentes y la bola de disco apareció con sus espejos sobre el techo, girando con lentitud.

La musica se tornó más fuerte con una de las canciones más reconocidas y pegadizas del momento.

Los cantineros, como de costumbre, comenzaron a bailar de forma sincronizada. Ya me sabía la coreografía de memoria por todas las veces que había venido.

Los gritos, y los aplausos estallaron a mi alrededor, creando un ambiente fiestero y libre de preocupaciones.

Sin haberme dado cuenta, mi cuerpo estaba moviéndose al ritmo de la musica por encima de la silla alta y delgada.

—¿Es así siempre? —me gritó Simón al oído, quien parecía horrorizado por la transformación de San Diego.

—¡Siempre! —solté, animada.

—¡Temo decirte que sino te vas de aquí antes de las tres y media, te volveras loca! —gritó.

—¿Qué?

¿A qué se refería con eso?

De pronto,atenta a cada uno de sus movimientos, sacó del bolsillo de su campera, una cadenilla y no pude distinguir si era de oro por la falta de luz blanca.

Me quedé tiesa en cuanto me rodeó el cuello con ella y sus dedos rosaron mi piel, haciendo que se me ponga de gallina.

Me estremecí.

No supe que hacer en cuanto sus ojos se quedaron mirando los mios, con cierta intensidad, con cierto misterio.

Sentí los labios resecos y me los humedecí con los labios.

Se apartó en cuanto me colocó la cadenilla. El dije era precioso: se trataba de una especie de ala abierta hecha de plata, con sus plumas muy bien detalladas y su frialdad contra mi pecho me había provocado escalofríos.

—Es hermosa —susurré mirando el dije, sabiendo que él no me escucharía. Lo miré—¡Muchas gracias!

Sonrió, satisfecho.

No te olvides de Angélica.Where stories live. Discover now