Cap. III - La Única Solución

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Luca

Resguardados bajo los árboles de una pequeña plaza que poseía el pueblo, descansaban Luca y su madre con el poco equipaje que llevaban, prácticamente nadie podía darse cuenta que eran viajeros. El cansancio había comenzado a cobrar factura, mientras que la sed y el hambre no se hacían esperar; habían pasado toda la larga y fría noche transitando por un bosque muy tupido, sumándole a eso el miedo que ―hasta el momento― los sometía.

Como habían acordado con el señor del pequeño bote que se había convertido en su guía, una vez que pisaron el camino central, el cual reposaba a escasos metros de la salida del bosque; cada quien tuvo que tomar su propio camino, ellos, con ciertos consejos dados por el señor habían logrado llegar hasta una zona un tanto despoblada de Menfís; y no reconocían a ninguno de los que hace pocas horas los acompañaban. Tenían permanentemente la duda de no saber si los demás seguían libres o ya habían sido capturados. Aunque claro, ser detenidos en este momento era algo muy poco probable, según el mismo señor que los había guiado ésta era la zona más tranquila y alejada del Pueblo de Bernabé, el Rey casi nunca le prestaba atención a este lugar; y de seguro la noticia de las embarcaciones furtivas no había llegado a sus oídos, así que tenían cierto tiempo para analizar hacia dónde irían después de todo esto.

El primer factor que afectaba a la familia Santos sin lugar a dudas era el económico, cuando su padre había muerto Luca apenas tenía una muy corta edad, su madre había trabajado siempre en diversos lugares, nunca había tenido un sitio fijo; y él cuando tuvo uso de razón se coló en cualquier labor de obrero que pudiera realizar y que le fuera remunerada. La alta educación y formación que él tenía se debía al largo tiempo que había empleado leyendo diversos libros, interesándose y llevando su especificación académica al área de las humanidades y literatura; algo que hacía sentir a su madre muy orgullosa.

En segundo lugar, otro factor que los preocupaba era el lugar en dónde se iban a establecer, lo más lógico y probable era que cuando llegara la noticia a la monarquía de San Pablo Bernabé, la guardia se disipara por todas las zonas costeras, buscando a los fugitivos, y ese era un lujo que ellos no se podían dar.

―¿Y ahora qué haremos, madre? ―preguntó Luca.

―Lamento decirte que no lo sé, y esa ha sido una pregunta que me he hecho desde que partimos de Islas Benditas.

―Debemos pensar rápido, sino, corremos el riesgo de ser descubiertos...

―¡La Trinidad no lo permita, hijo! ―le interrumpió ella rápidamente, evidenciando el mismo nerviosismo que su hijo sentía.

―Pero es que eso es lo único que puedo pensar, sino salimos lo más pronto posible de aquí será nuestro fin, tal vez hoy esto sea seguro, pero mañana, mañana no lo será.

―Tienes razón ―aceptó―. Además, la gente del pueblo puede comenzar a murmurar, aquí todos deben de conocerse, se percatarán que somos visitantes.

¡Maravilloso!; pensó Luca, otra preocupación más por la cual velar.

―Entonces estamos de acuerdo que lo mejor es trasladarnos a otro lugar en Bernabé, pero... la pregunta sería, ¿cuál? Yo no conozco este reino.

Su madre lo miró fijamente a los ojos, a esos ojos tan azules que su hijo tenía; y en ese instante se transportó a aquella noche tormentosa, al recuerdo de una cabaña, a lo que hace veintiún años verdaderamente pasó. La forma en cómo se había entregado por primera vez al hombre que la traicionó, el cual simplemente la usó como pañuelo que al ensuciarse se desecha, para drenar la pasión que con su prometida no se le permitía desaguar. Sintió dolor, y no era para menos cuando recordó aquello que había querido olvidar por tantos años.

Entre Rosas y EspinasWhere stories live. Discover now