Cap. XXVIII - Llorando Errores Incorregibles

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Eduardo

El silencio era la única compañía que tenía a todas las interrogantes que azotaban su mente sin ningún tipo de tregua, no había respuestas para ellas, no había nada que él pudiese creer, que él pudiese pensar, todo se había caído de un momento a otro, toda la vida que había construido parecía haberse derrumbado.

Había sido su hijo, su orgullo, su propia sangre quién había estado conspirando contra él, contra lo que le sería suyo en poco tiempo, el que había estado clavándoles un puñal en el envés a todo el reino, a él mismo. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué lo había conocido tan poco? ¿Cómo pudo ser tan bueno en esconder todo aquello que tramaba tras su figura intachable?

¿Qué era todo esto? ¿En verdad era una realidad? Aunque los días habían pasado, y las últimas palabras de Nínive retumbaban sin ningún tipo de compasión en su ser, dentro de sí necesitaba encontrar alguna otra respuesta. Pero nada de eso era posible, él lo había visto a los ojos, y por primera vez había encontrado en su mirada algo completamente diferente a lo que siempre había conseguido, desde ese momento lo había conocido verdaderamente. Ya no había ningún tipo de máscaras que resguardar, y aunque odiara reconocerlo había comenzado a conectar muchos puntos.

Por esa razón Antonio siempre había sido un niño fuera de lo común, no era simplemente el hecho de ser el hijo del Rey ―algo por lo cual él también había pasado― lo que lo hacía actuar así, las palabras de Facundo y Francisco comenzaban a encajar en todo este rompecabezas, todo lo que siempre había querido su hijo era estar lo más cerca posible de la cúpula de Bernabé, ser su mano derecha, ser el joven inmaculado, el heredero perfecto, debió de haber sospechado al menos de eso. Sus ideas sobre guardar silencio con respecto al Gobierno del Norte, mantener a todo Bernabé bajo la sombra, su insistencia en conocer lo que se discutía en la Unión Central, su actitud con respecto a ello, todo era parte del plan, todo era parte de la traición que estaba planeando.

¿Y desde cuándo planeaba todo esto? ¿Desde qué instante su hijo dejó de ser su hijo para convertirse en su enemigo? ¿En qué momento los había traicionado?

Había sopesado la manera en cómo Anabeth una vez le había hecho frente y le había preguntando si su decisión de entregarle la corona a su hijo había cambiado, y lo extraño que le pareció ese momento, ¿por qué debía de haber cambiado la decisión? ¿Por qué debería de descartar a su hijo del trono? Más sin embargo estas últimas noches sentía que quizás el enemigo no era sólo su hijo... ¿Y qué si había estado durmiendo con él toda una vida? ¿Sería acaso Anabeth también parte de todo esto? Pero, ¿cómo podría culparla si el paso de los días la había vuelto un solo nudo de sollozos y lágrimas? Ella no podía creer lo que había sucedido, no lo aceptaba, para ella, Antonio no podía ser el asesino de Nínive, no podía ser el que estuviera detrás de todo lo que estaban viviendo.

El dolor de Elizabeth era inigualable, casi tanto como el que él sentía.

Ambos caminaban acompañados por Jaime y unos guardias del Palacio. El día de hoy se había propuesto para darle el último adiós a la hija del Barón Monasterios. Gran cantidad de los súbditos se encontraban en la entrada del cementerio, no se les había dado paso a muchos de ellos por ser un momento íntimo de la Corte de Bernabé, pero sus miradas gritaban a los cuatro vientos lo que pensaban. Eduardo no podía soportar la recriminación, el horror, la sorpresa en sus ojos.

El que había de ser su próximo monarca era un déspota asesino.

Quería proteger a su pequeña hija de todo lo que estaba pasando a su alrededor, ella no tenía la culpa de nada, su inocencia la hacía tan ajena a todo esto, pero fue mayor su insistencia de venir a despedir a una persona que había sido como su hermana, y que su hermano había llevado a fallecer, ¿sería alguna vez fácil decir eso?

Entre Rosas y EspinasWhere stories live. Discover now