Cap. V - La Plaza del León y la Serpiente

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Luca

A tempranas horas de la mañana un gran carruaje se abre paso entre la adoquinada calle principal del Pueblo de Bernabé. Su llegada coincidía con el arribo de los bernabenses al lugar, los cuales comenzaban a montar sus pequeñas tiendas y comercios.

De un momento a otro el transporte se detuvo, dando lugar a que el copiloto se inmutara rápidamente y se dirigiera a la puerta del mismo, en donde, con ojos expectantes y a la vez aminorados por el brillo del sol, el rostro de Luca y su madre se dibujó. Ellos fueron los primeros en desembarcar, y al encontrarse pisando la histórica calle se detuvieron un momento para respirar, para respirar ese aire tan puro que se podía sentir alrededor del lugar. Para él sin duda alguna era una experiencia completamente nueva, y obviando la situación en la que se encontraban, emocionante. Nunca había tenido la oportunidad de dejar los límites de su pequeño reino insular; como tampoco nunca había visto un lugar en el cual el comercio y las personas fueran tan tranquilos, apacibles. En Islas Benditas ya esta hora era crítica, y todos estaban listos para desgarrar los bolsillos de los visitantes y pobladores.

Por otro lado ella se encontraba un poco más calmada, tenía los sentimientos encontrados; sin duda alguna se sentía emocionada de volver a sus orígenes, a donde su historia inició, a su pueblo natal. Era más que obvio que muchísimas cosas habían cambiado, a su mente llegaban aquellas caminatas ocasionales con su madre en donde hacían el mercado, o aquellos pocos días libres que usaban para distraerse con la mínima cosa. Sin embargo, no podía evitar sentir nostalgia, melancolía y a la vez un poco de miedo; porque con todos esos recuerdos, con todas esas memorias también venía el pasado, un pasado que le había costado mucho tiempo olvidar.

―Madre ―intervino Luca un tanto abrumado―. Es increíble lo grande, hermoso y tranquilo que es este lugar.

―Sí, hijo, lo sé. Aunque muchas cosas han cambiado, aún puedo recordar todas las veces que estuve aquí justo como si hubiese sido ayer.

―Me imagino que debe de ser algo muy significativo para usted, es decir, volver después de tantos años ―le señaló mientras esperaba que sus acompañantes de viaje bajaran.

―En cierto modo, a mi mente vienen todos los recuerdos, los buenos, pero también los malos, es un extraña mezcla ―en ese momento calló, se dio cuenta que se estaba dejando llevar por el cúmulo de sentimientos que amenazaban con dominarla―. Y tu hijo ―retomó su dominio, se volvió hacia él―. ¿Al final si valió la pena convencerte para venir?

―Encontrarme en este lugar es increíble, es una muy grata experiencia, pero... ―la realidad rápidamente lo atajó― tenemos que recordar por qué estamos aquí, nuestra crítica condición ―rió forzadamente―. Lo mejor será colocarnos en marcha.

Dicho esto se separó del lado de su madre y se dirigió hasta el lugar en donde se había mantenido guardado el equipaje, el de la familia Santos fue el primero en ser retirado, por razones más que obvias; al menos eso los había ayudado a mantener el perfil de visitantes centrales hasta el momento. Se despidió del copiloto, al cual había logrado tomarle un poco más de confianza a lo largo del viaje.

―Simpático aquél señor ―aceptó su madre una vez que estuvo al lado de su hijo.

Luca rió.

―Si... ¿nos vamos? ―preguntó señalando lo que parecía ser la entrada de una gran plaza.

Su madre comenzó a mirarla detenidamente, tratando de recordar por qué aquél lugar se le hacía tan familiar, sin duda alguna había algo especial en ella, y fue en ese momento cuando poco a poco los recuerdos y las asociaciones comenzaron a encontrar un cauce en su memoria, y, aunque ese lugar era extremamente grande; esa debía de ser la plaza a la cual su madre la llevaba de vez en cuando para que jugara, aquella plaza que llevaba años construida en el pueblo, y que con cada reinado nuevas cosas le eran añadidas.

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora