Cap. XIII - El Pacto de Amor

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Elizabeth

Si la princesa tuviera la posibilidad de darle una nueva definición a las palabras incomodidad e indiferencia, sin lugar a dudas hubiera expuesto en ellas todo lo que estos tres largos días había pasado desde aquél momento, desde aquél instante en el cual su más grande sueño de amor, su loca y apasionada memoria de un hombre misterioso se había convertido en uno de los primeros calvarios que había tenido que vivir; se había transformado en una cruz que era tan difícil de llevar pero que no quería soltar.

El caballero Luca Flores, su profesor de Humanidades y Literatura; aquél joven que hacía solo algunas semanas atrás había llegado a su lado y se había presentando con una sonrisa tan jovial aunque sobria; aquél hombre con el que había estado discutiendo por largas horas sobre las novelas que más le gustaban, aquél con el que compartía una de sus más grandes pasiones, aquél al cual había visto más de un millón de veces y no había podido percatarse de lo que escondían sus ojos, de aquella verdad que ella también conocía y que como él se había obligado a callar.

Él, alejado de toda monótona realidad, era aquel misterioso hombre de la máscara oscura; aquél que la había enamorado paso tras paso, palabra tras palabras, miradas tras mirada, y que la había sucumbido en un beso que hasta el momento no había podido olvidar.

Pero toda preciosa historia, todo épico recuerdo que se había encargado de mantener bajo sus más profundos deseos se había maculado; porque aquél mediodía, mientras ella danzaba bajo la armonía de las memorias, ese hombre la había observado, le había hablado, la había besado y ella lo reconocía; temblaba bajo su antifaz pero aún así amaba lo que pasaba, amaba que aquél hombre que pensó jamás volvería a ver se encontrara frente a frente junto a ella, sin importar por pocos segundos quién fuera; aunque claro, eso hasta que él quiso conocer su identidad; y más que por temor a dar conocer su rostro, sentía temor de todo lo que eso conllevaba, porque antes de ser Elizabeth había un título que la acobijaba, que la distinguía, y ese era el ser Princesa.

Y una vez que los ojos profundamente azules de su profesor se posaron frente a ella, su más grande miedo se hizo realidad. Después de ese día nada había sido igual, ni para ella ni para él. Era sumamente duro ver cómo cada vez que los dos coincidían en un lugar ―lo cual se traducía en pocas veces, ya que él parecía hacer un intento sobrehumano para que eso fuera así― sus ojos la miraban de una manera tan peculiar, como si quisiera hacer algo pero al mismo tiempo lo negaran rotundamente y luego se apartaran.

La manera en cómo en estos días que habían pasado no se habían dirigido ni una sola palabra, cuando en la cotidianidad sus conversaciones se extendían prácticamente a todos los días. Era tan cruel darse cuenta cómo un Palacio que se había hecho tan pequeño para ambos cuando solo eran profesor y discípula, se había vuelto tan grande y tosco ahora que sabían en realidad quién era cada quien.

Y aunque eso pareciera ser lo más fuerte, lo más difícil, la verdad discrepaba tanto de ello; ya que la parte más suspensiva de todo lo que les había pasado estaba a sólo pocos momentos de iniciar, o al menos, así debía de ser. Ella, esperaba sentada en una de las bancas más alejadas y recónditas del Palacio, en el jardín lateral derecho, el lugar en donde había decido tomar la clase de literatura, y en donde ―por medio del profesor Sandoval―, había decidido citar a Luca Flores.

Nunca había sentido tanta incertidumbre en su vida, ni siquiera cuando esperaba para conocer al hombre que se convertiría en su esposo ―del cual por cierto, poco había pensado―. Y es que una serie de preguntas la punzaban continuamente sin tener ningún tipo de compasión, la lectura de un buen libro ésta vez no iba a ayudar en lo absoluto. ¿Qué iba a suceder? ¿Cómo iba a actuar? ¿Qué le diría después de pasar estos tres días prácticamente ocultándose de ella? ¿En realidad hablaría del tema, o simplemente olvidaría lo sucedido y seguiría como si nada hubiera pasado?

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora