Cap. XXXII - Sangre de mi Sangre

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Antonio

―Ten cuidado, Antonio. Corre un poco más despacio.

Los pequeños rizos del cabello del Príncipe se perdían en medio del campo de flores que los rodeaban.

La Reina Anabeth había querido que la mañana de hoy fuese diferente, fuese especial. Ésta era una época que para ella era realmente dura, a pesar de que ya habían pasado unos cuantos años de lo acontecido, el recuerdo la seguía atormentando. Lo único que podía mantenerla en calma, en paz, era ver a su pequeño primogénito, el príncipe Antonio Bernabé directamente a sus ojos, esos ojos que le recordaban tanto, tanto que debía de permanecer en secreto.

Al pequeño monarca le encanta correr en medio del gran prado que se encontraba en medio de la nada en el gran Bosque Denodado, éste era un terreno que le había pertenecido a la familia Lodeiro por muchos años, y que solo pocas personas en el reino conocían, entre ellas no estaba el Rey.

Mientras el viento jugaba con el largo cabello de Anabeth, un sonido seco le irrumpió su tranquilidad y seguido a esto escuchó el pequeño llanto de un niño, un llanto que ella conocía muy bien.

Los guardias que se encontraban a poca distancia de su aposento se alertaron y comenzaron a tomar posición.

―¡Alto! ―ordenó, inmutándose del lugar en el cual estaba―. Sé perfectamente lo que ha sucedido, bajen las armas, no es una amenaza.

Dicho esto comenzó el camino a través del gran campo de flores por donde había visto brillar los cabellos de su hijo hacía pocos instantes, y en donde el chillido que buscaba acallarse por él mismo se hacía cada vez más audible.

Esta no era la primera vez.

―Pequeño Antonio, ¿por qué no has sido cuidadoso como te he pedido?

―Me duele mucho, madre ―intentó decir entre sollozos.

―Soy absolutamente consciente de eso ―se inclinó hasta donde se encontraba su hijo y se dio cuenta que el mismo se tocaba con tesón su pierna―. Veamos qué tenemos por aquí, creo que te has hecho una herida de cuidado ―indicó al ver sangre empezando a empapar sus pantalones.

―Lo siento mucho.

―No deberías de disculparte si hubieras prestado el debido cuidado, Antonio. ¿Cuántas veces debo de decirte que no eres como cualquier otro niño? Debes cuidarte mucho más.

―Madre, sólo estaba persiguiendo una mariposa. Creo que la he asustado.

Anabeth sonrió ante tal inocencia, para él el título que representaba no causaba ninguna diferencia.

―¿Crees que puedes levantarte? ―el pequeño Príncipe dio un atisbo de aprobación.

Con un poco de ayuda ambos se colocaron de pie y comenzaron un leve paso hasta donde se encontraba el carruaje de regreso, al parecer el percance del niño había colocado fin a la mañana.

―Antonio, ¿tienes idea de lo especial que eres para mí?

―Supongo que sí. Padre siempre dice que somos lo más importante en su vida, que somos su legado, su más preciada posesión.

―Pero no hablo únicamente de lo que tu padre piense sobre ti, hablo de lo importante que eres para mí ―se detuvo súbitamente y se niveló hasta donde se encontraba su hijo, mirándolo directamente a sus ojos cafés atigrados―. Eres lo que más amo en este mundo.

―¿Y la pequeña Elizabeth? ¿La amas igual?

―Elizabeth ocupa un gran lugar en mi corazón, pero aún así, tú eres la única cosa que me queda...

Entre Rosas y EspinasOù les histoires vivent. Découvrez maintenant