Cap. XX - El Adiós

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Elizabeth

―¿Besándose con otra? ―inquirió Nínive desconcertada, no entendía nada de lo que estaba escuchando―. ¿Estás segura de lo que me estás diciendo?

―Cada vez que lo recuerdo ni yo misma puedo creerlo, no puedo entenderlo, pero... Los vi con mis propios ojos, delante de mí, Nínive. No comprendo el por qué, ni el cómo, pero la persona a la cual amo más que cualquier otra cosa en la vida me ha traicionado, me ha engañado ―la voz de Elizabeth sonaba acabada, desgastada; su mirada se encontraba perdida en el recuerdo.

Habían pasado sólo un par de días desde el momento en el cual la Princesa había visto al único hombre que verdaderamente amaba siéndole infiel con otra persona, y esta persona no era otra más que una de sus amigas. La escena le daba vueltas una y otra vez, y en cada oportunidad se tornaba más dolorosa, no era para nada fácil ver a dos personas que quería traicionarla, acabarla de esa forma. No entendía nada acerca de Penélope, ella no era la persona que había conocido en Vallencio a finales del año pasado, o al menos no era así como la recordaba. Desde el día de la cena en la Mansión de los de la Torre había algo en ella que la desconcertaba, que la tenía inquieta, pero nunca sopesó que todo eso fuera a terminar de esta forma.

Pero no era Penélope la que la mantenía en vilo todas las noches por el dolor, no era ella la que le había partido el corazón en miles de pedazos. Era otra persona, una que jamás pensó le causaría tanto daño. Cómo era posible que aquél a quien más amas, en el que confiabas plenamente, en aquél que era tu todo y te juraba con cada beso amor se convirtiera en un completo desconocido, en un ser que con un simple recuerdo pudiera convertirse en una puñalada incesante justo en medio del corazón.

―¿Y finalmente cómo los descubriste? ¿Ha intentado buscarte luego de todo eso? ¿Has hablado nuevamente con él? ―Nínive no sabía que poder decir, y al mismo tiempo tenía millones de interrogantes que no encontraban cabida en su cabeza.

―Todo fue una simple casualidad, no puedo contarte en qué lugar exactamente sucedieron las cosas porque juramos... ―bufó de sí misma ante la palabra―. Juramos mantener todo esto en secreto, y creo que ahora quizás fue la mejor decisión. Lo único que sé es que él estaba allí, ella estaba sobre sus brazos, ambos besándose, ni siquiera habían notado mi presencia hasta que los interrumpí ―las lágrimas comenzaban a abrirse camino una vez más por los ojos de la Princesa, era un milagro que todavía le quedaran unas cuantas para llorar―. Inmediatamente me alejé de ellos, salí corriendo... Creo haberlo escuchado decir mi nombre, pero no quería girar, no podía hacerlo, no tenía la fuerza para ello.

Repentinamente recordó cómo una vez que pudo contener el aliento en uno de los pasillos más cercanos al jardín lateral, la única voz que escuchó fue la de Penélope. Nunca en su vida había sentido sentimientos tan dañinos hacia alguien pero había comenzado a descubrirlos. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser justamente ella? ¿Sabría lo que tenía con Luca? ¿Lo habría hecho adrede? Antes de que pudiera seguir creando alguna pregunta el objeto de su más grande dolor la había divisado y ella había quedado sin posibilidad de escapar.

¿Por qué debería hacerlo?

Penélope se acercó hasta donde ella estaba con una cara de sobrecogimiento y vergüenza que nunca había visto antes en ella. Prácticamente le había implorado que no le dijera nada a su padre, el Rey, sobre lo que había ocurrido con Luca. Que todo había sido su culpa, que él le había dicho que no era correcto que demostraran lo que ambos sentían en el Palacio pero que aún así ella lo había provocado. Rememoraba cómo Penélope le había hecho prometer que guardaría su secreto.

Entre Rosas y EspinasWhere stories live. Discover now