Cap. XXIX - Los Alféreces del Alba

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Luca

―El tiempo que estuviste fuera del Palacio debió de ser mucho mayor del que soy capaz de recordar ―interrumpió la voz de Marco resoplando graciosamente en el pequeño recinto―. No recordaba que las conversaciones contigo fuesen tan silenciosas.

Luca dio un pequeño respingo y cerró con agilidad el tomo que lo había mantenido cautivo por largo rato.

―Disculpa, ¿qué me acabas de decir?

―¡Oh, por la Santísima Trinidad! ―bromeó Marco soltando una pequeña carcajada―. Sólo espero que al menos ese sea un libro muy bueno. No has escuchado nada de lo que he estado diciéndote, ¿no es cierto?

―Marco, realmente discúlpame. No ha sido mi intención en ningún momento ignorarte, es sólo que últimamente mi mente ha estado divagando entre tantas cosas, creo que los libros son lo único que me logran dar un poco de tranquilidad.

―No te hagas lío, no creas que yo he estado sobrellevado las cosas de maravilla. Creo que todo esto que está pasando nadie esperaba que sucediera, o por lo menos, no en este momento ―el profesor de Matemáticas hizo una pequeña pausa en donde parecía sopesar lo que estaba a punto de decir―. A todos nos ha caído de sorpresa.

―¿A qué te refieres con que nadie esperaba que sucediera "en este momento"? ―inquirió un poco confuso Luca―. ¿Sospechabas acaso la clase de persona que era el Príncipe Antonio?

Marco miró a la nada por unos segundos y luego respondió:

―¡Vamos, Luca! ¿De verdad tú crees que una persona puede ser tan perfecta como él se hacía ver... ―bajó el tono de su voz―. ¿Nunca te causó algún tipo de curiosidad? No digo que desde el instante que lo vi lo supe, pero poco a poco uno va notando que quizás no todo es lo que parece, simplemente digo que al final de cuentas no es algo que me haya dejado en completa sorpresa.

―Imagino que tal vez tengas razón...

―No me mal entiendas, es simplemente un comentario personal. Más sin embargo espero que no sea el hecho de que el Príncipe hubiese llegado a ser tu amigo, lo que te tiene así ―la voz de Marco comenzaba a mostrar un poco de incomodidad, ¿habría dicho algo de lo que se pudiera arrepentir?

Luca lo miró por unos segundos y trató de encajar las piezas que en su mente habían estado amontonándose por largos días, había pasado ya más de una semana desde que se había conocido que el príncipe Antonio Bernabé había sido el responsable de la desaparición y muerte de la hija del Barón Monasterios; una noticia que había dejado a cada uno de los súbditos con un sentimiento de inseguridad, de crisis, de abandono. El que debería de haber sido su Rey, a tan sólo pocos días, ahora se había convertido en la persona más buscada de todo el feudo, y quizás en uno de los peores criminales que muchos de los bernabenses habían conocido jamás.

Aunado a eso, si había alguien que pudiera ser espectador preferencial de todo lo que estaba sucediendo, ese sin lugar a dudas era él. Luca había tenido que ser la roca en la cual el alma destrozada de la Princesa había decidido tumbarse para no desfallecer. Su mejor amiga, prácticamente su hermana, había sido asesinada a manos de su hermano. ¿Qué clase de maldición se había posado sobre la vida de ella para que todo esto estuviese ocurriendo? Y Luca en lo más profundo de sí mismo no podía evitar pensar que él quizás lo sabía, desde la primera vez que lo había mirado directo a esos ojos atigrados, él sabía que existía algo más allá de lo que todos los demás conocían, tal cual como su amigo ahora parecía confirmarle.

―Por supuesto que no, Marco ―atisbó Luca una vez que pudo ser capaz de retomar el orden de sus ideas―. Sabes perfectamente que en este Palacio si a alguien he llegado a considerar mi único amigo eres tú, sólo que lo que me dices me ha dejado realmente pensando... ¿Sabes algo? Nunca quise comentárselo a nadie porque no estaba en la posición de hacerlo, pero creo que quizás siempre fui consciente de que había algo más en Antonio de lo todos creían ver.

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora