Cap. XVI - Penélope Burgos

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Antonio

La mente del Príncipe revoloteaba estos días alrededor de muchas cosas, y es que no era para menos cuando su casamiento se encontraba solo a dos escasos meses de ser una realidad. Una serie de emociones se habían volcado sobre él, pero no era la intranquilidad y la felicidad típica que una boda trae consigo; sino que el hecho de que el tiempo se hubiera convergido de una manera tan apresurada lo había hecho caer en cuenta de muchísimas cosas, las cuales necesitaba organizar para mantener todo en su debido lugar, como era su costumbre.

A lo largo de estos días había una cosa que lo mantenía altamente molesto y preocupado; y hacía referencia al extraño comportamiento que había tenido su padre últimamente, al cual no le encontraba un lógico por qué. Es decir, la invasión en Islas Benditas prácticamente había pasado a un segundo plano, en estos dos meses el Áscar había hecho un excelente trabajo, los bernabenses habían creído a cabalidad el artículo que él mismo se había encargado de redactar; y el Gobierno del Norte no se había podido mostrar más indiferente con respecto a este terreno; entonces.... ¿Qué era lo que impulsaba la actitud tan aislada de su padre? ¿Por qué razón tenía que reunirse la Unión Central en secreto? ¿Por qué motivo su padre tenía que excluirlo a él de todo sabiendo que en sólo un par de meses sería el próximo Monarca de San Pablo Bernabé?

Todas esas interrogantes lo sumían en una continua incertidumbre porque no era costumbre para él encontrarse aislado de las cosas, por algo siempre había sido la mano derecha de su padre, un Príncipe ejemplar; porque toda su vida dependía de que eso fuese exactamente así. No le había quedado de otra más que hacerle creer al Rey que su comportamiento había significado solo un «disgusto pasajero», no podía darse el lujo de levantar más sospechas en el Monarca, porque aunque le atormentara pensarlo, quizás esa sería la razón por la cual todo esto estaba pasando.

Sus planes, ya él había decidido todo hace dos años; todo lo que lo rodeaba tenía un destino definido que sólo él conocía y que sólo él debía conocer, era así de sencillo; entonces... ¿Qué sospecha podría haber con respecto a eso? Ninguna, a menos que Francisco Grajales se hubiese interpuesto en su camino. El solo hecho de pensar en él le revolvía la sangre, en todo este reino la única persona que podría si quiera pensar en arruinar todo lo que había construido era él, y se lamentaba no haber hecho algo por remediar eso hace algún tiempo; al parecer cargar eternamente con el destino de su padre no le había bastado como castigo.

Inmediatamente la silueta de un joven con porte imponente se comenzó a dibujar a través de la media luz proporcionada por las velas en uno de los pasillos del ala izquierda del Palacio. Sus pasos eran sigilosos aunque contundentes, y retumban en las paredes de madera del lugar que se encontraba plenamente solitario. El Príncipe necesitaba hablar con su madre, la Reina Anabeth, necesitaba buscar la manera de darle una calma a todo el mundo de pensamientos que se cruzaban en su mente y que no lo dejaban estar en paz. La oportunidad de hoy era milagrosa, el Rey había salido con su hermana Elizabeth para recibir en el Pueblo de Bernabé a una visita muy especial para la Princesa, una amiga que había conocido a finales del año pasado en un viaje hecho a Vallencio y que se quedaría a pasar una temporada para conocer el reino.

No tenía ni la mínima idea de quién pudiera ser, aunque el hecho de pensar en Vallencio despertaba su lado masoquista al dar rienda suelta a muchos recuerdos que hoy lo carcomían por dentro.

De un momento a otro se encontró de frente con la gran puerta de la habitación monárquica, miró a su alrededor para confirmar que nadie merodeara por los pasillos, ya que, si bien era cierto que él tenía una gran afinidad con su madre, lo que menos necesitaba en estos momentos era que alguien corriera el rumor que él había esperado la ausencia del Rey para conversar con ella.

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora