Cap. IX - Viejos Rencores

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Antonio

Ya él se encontraba harto, estaba cansado de escuchar con respeto y sumisión las eternas discusiones de cada uno de los miembros de la Corte de Bernabé; habían sido prácticamente dos horas discutiendo con vehemencia; y lo peor era que a él como secretario le tocaba la peor parte, dejar constancia de todo lo explicado.

«¿Qué sentido tenía realizar estas largas sesiones que no iban a ser de ninguna ayuda cuando llegara el momento final?»; se preguntaba internamente, y a la vez reía sigiloso porque sabía que en el Salón de las Espadas, y en todo el reino, la única persona que sabía el destino que le esperaba al feudo era él.

Y así tenía que seguir siendo.

―Bueno, como han estado escuchando; el proceso de captura de los islianos fugitivos ha sido prácticamente todo un hecho, hemos capturado a una mayoría realmente sorprende, aunque claro; no tenemos ni idea cuál fue el número de ingresos por parte de ellos ―intervino el Barón Monasterios.

―Y entonces, ¿qué haremos ahora? Ya sabemos que los pueblos costeros se han requisado por completo, que ya las zonas de Galeitos, Arzolay y Camino Real están prácticamente en su última fase; y que se ha intensificado la búsqueda en los poblados más cercanos al sur, que corresponden al Pueblo de Bernabé y Zarmiento, ¿qué otra cosa nos queda por...?

―Perdón que lo interrumpa ―se disculpó el Caballero Real Palacios cuando obstaculizó la explicación del Conde Rosales―. Pero es mi deber informarles que ya en el Pueblo de Bernabé se escuchan ciertos comentarios. Debemos de recordar que las zonas alejadas del Palacio son un poco ignorantes con estas anormalidades en el Áscar de la Espada Dorada; pero es algo que difiere mucho en nuestra región, ya se están comenzado a realizar conjeturas sobre el tema.

―Es algo que también tenemos que tomar en cuenta, mi Rey―ahora quien disertaba era el Barón de la Torre―. Cuando se dio inicio a esta búsqueda todos quedamos claros en que debíamos de hacerlo con la mayor discreción, bajo ningún motivo podíamos permitir que los bernabenses se enteraran, que esto comience a suceder es algo de cuidado, podría traer a bajo todos nuestros planes.

―Además, adentrarse con más sigilo y premura en las zonas ya requisadas resultó fácil porque hay muchos terrenos a campo libre; son pueblos muy sencillos en los cuales se puede inspeccionar fácilmente; cosa que es completamente diferente en el centro de nuestro feudo, acá el modo de vida cambia a una escala considerable, quizás ese haya sido nuestro error ―argumentaba el Conde Manrique frente al problema que se planteaba.

En San Pablo Bernabé, los responsables de la seguridad y defensa eran los Condes; bajo la figura del Áscar de la Espada Dorada.

―Pero entonces, ¿qué podemos hacer? ―inquirió el Caballero Real Baptista; que muy pocas veces ofrecía algo más que dudas.

De un momento a otro toda la Corte quedó sumida en un profundo silencio, mucho se había hablado ya, había sido demasiado tiempo manteniendo discusión tras discusión; todos estaban cansados de que cada solución trajera una nueva interrogante, un nuevo problema; al parecer el hecho de mantener las cosas tal y como estaban, mantener la cotidianidad y monotonía en San Pablo Bernabé no era una cosa tan fácil.

Antonio se sorprendió cuando entendió que ya no había más voces que rompieran el silencio, que ya no había más cosas que anotar en las ya gastadas y amontonadas hojas sobre su escritorio. Levantó la mirada y se fijó en la gran mesa rectangular de una madera fina y oscura; en el candelabro de infinidades de luces que iluminaba todo el lugar, en las paredes enmarcadas y llenas de historias; cientos de años se encontraban encerrados en estas cuatro paredes. Veía a las doce entidades monárquicas mirarse unas a otras, tratando de encontrar una respuesta; y él ―que se encontraba en un pequeño tablero cerca de la zona donde se ubicaban los Caballeros Reales― decidió que era el momento de aportar algo significativo a toda la sesión.

Entre Rosas y EspinasWhere stories live. Discover now