Cap. XXV - Besando la Lluvia

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Elizabeth

El caballero con máscara azabache se dibujaba en el pórtico de entrada del gran Salón de Danza Real. La doncella con sutil gracia esperaba, al igual que su acompañante, con un antifaz, pero éste era turquesa brillante y terminaba en una exuberante pluma de color dorado.

El imponente salón yacía bajo una media luz que brindaba el sol moribundo de la tarde, cuyos reflejos se colaban por los ventanales. Un simple sonido daba garantías de la privacidad que ahora reunía a los dos cuerpos que se miraban fijamente, como si al apartar su atisbo jamás pudiesen encontrarse otra vez. Una fina y delicada pieza de vals comenzó a envolverlos, mientras que el caballero misterioso con agilidad se aproximaba hasta donde la hermosa joven lo esperaba.

Dos cuerpos, dos almas, dos corazones.

El caballero tomó repentinamente uno de los brazos de la doncella, y con el sobrante cubrió parte de su torso. Ella dio un pequeño respingo al tacto, como si cada terminación nerviosa en su cuerpo cobrara vida con ello, se miraron fijamente a los ojos por unos segundos, hasta que ambos sonrieron como si fueran dos niños jugando.

―Justamente como la primera vez ―observó él con un delicioso susurro.

Ella simplemente soltó una pequeña risa que era sólo permisible para ellos, y sin pensarlo dos veces comenzaron a abstraerse por la música que los envolvía. Cada acorde los ceñía en una vereda del recuerdo, cada paso, cada movimiento. La realidad se había desvanecido completamente para ambos, sólo eran ellos dos, sus miradas, sus corazones latiendo, el sentimiento que los consumía. Giraban sin ningún tipo de premura alrededor de todo el salón, como si de una coreografía se tratase.

Las tonadas comenzaban a hacerse cada vez más largas y pronunciadas, y la pleitesía que les rendía la canción era mágica. El mundo era consciente de lo que ambos sentían, no había otra explicación. Sus sentimientos eran los que hablaban en este momento, más allá de todo deber, más allá de toda verdad, sin importar sus identidades, tal cual como la primera vez, los dos se habían unido en uno sólo, porque de eso se trataba lo que ambos sentían, ya ninguno podía concebirse si no estaba el otro a su lado.

―No tienes idea de lo mucho que extrañé todo esto, de tenerte tan cerca de mí ―confesó ella acurrucándose más fuertemente en el formidable pecho de su caballero―. Estos días han sido realmente una tortura, con todo lo que ha pasado, enfrentarlo completamente sola...

―Nunca más tendrás que enfrentar nada sola, mi princesa ―la calló él posando su meñique en los labios de su amada―. Yo estoy aquí para protegerte, para amarte, como te lo prometí y como siempre ha sido mi deseo.

―Luca quiero pedirte perdón una vez más, estuvimos a punto de perder todo esto por mi culpa, por mis celos. Nunca debí de creer en Penélope.

―No quiero que vuelvas a repetir eso, Elizabeth. Tu no tenías manera de saber qué era lo que estaba pasando, ninguno de los dos la teníamos, fuimos víctimas de su juego, más sin embargo nuestro amor venció, pudimos contra eso y estamos aquí, un lugar en el cual ya no hay más dolor, no hay más daño.

―Por otra parte está Nínive ―la voz de la Princesa decía una vez más, ella necesitaba el apoyo que sólo su profesor podía brindarle―. Cada día que pasa siento que no voy a poder verla más, no entiendo por qué tiene que pasar todo esto que está pasando.

―A veces la vida nos pone pruebas, unas más duras que otras y tenemos que ser fuertes y luchar contra ellas. No puedes darte por vencida, Elizabeth. Me tienes a mí, yo estaré aquí para ti, siempre, eres lo más importante que tengo en este momento. Juntos la vamos a poder encontrar, sólo tenemos que tener fe.

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora