Cap. XXII - Decisiones en Contra

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Eduardo

―Eduardo no me pidas en este momento que tenga calma y comprensión cuando mi hija lleva casi una semana desaparecida... ¿Acaso no puedes entenderme? ―interpeló la voz desesperada del Barón Monasterios, la cual sonaba desgastada, llena de zozobra, prueba de días y noches sin dormir.

El Rey sintió una punzada atravesar su estomago, él sabía que estaba presionando demasiado a su amigo.

En una pequeña habitación dentro del Salón de las Espadas se encontraban algunos miembros de la Corte, como consecutivamente lo habían estado haciendo a lo largo de los días. La situación en Bernabé se había salido completamente de control y Eduardo sabía que eso no podía causarle ningún bien a nadie. La hija del Barón Monasterios se encontraba desaparecida, o mejor dicho, había sido secuestrada. Los bernabenses se encontraban conmocionados con la noticia, y no era para menos, ya que lo que sucedía era sin precedentes.

―Yo creo que el Barón Monasterios tiene razón, Eduardo ―atisbó el Barón de la Torre el cual se había mantenido al margen de la discusión―. Claramente podemos ver que no se encuentra en condiciones, la Unión Central debe entender la situación.

―La misma Unión Central ha pedido expresamente que él se encuentre presente, sabes que San Pablo Bernabé ostenta la dirigencia ―insistía nuevamente el Rey.

Eduardo jamás hubiera colocado en esta encrucijada a uno de sus mejores amigos, más porque se podía imaginar la desesperación que debía causarle el hecho de que, la única noticia que hubiese de su hija, fuese el carruaje con el cual ella había salido del Palacio completamente vacío y con el jinete asesinado. Nada de esto podía ser un buen augurio. Más sin embargo la presión de los acontecimientos lo estaba empujando a un límite, los monarcas de la Unión Central habían convocado una reunión extraordinaria por petición de Antoine Dupont, sin lugar a dudas todo lo que estaba ocurriendo había llegado a sus oídos, y habían sido ellos los que habían pedido su presencia en compañía de los dos Barones, una vez más.

―Si se me permite opinar, Rey. También defiendo la posición del Barón Monasterios; además, si lo que la Unión necesita es una presencia más por parte de San Pablo Bernabé, deberían aceptar que cualquiera de nosotros ocupemos ese lugar ―se apresuró el Caballero Real Bruno Lizárraga.

―Ciertamente, padre. He estado junto al Barón en todo este amargo momento, soy consciente de la rudeza de la situación. No es justo que ellos exijan su presencia en ese lugar ―el príncipe Antonio hizo una pequeña pausa, sopesando lo que estaba a punto de decir―. Y si ustedes me lo permiten quizás pueda ser yo el que ocupe su lugar en dicha reunión, la razón por la cual han pedido expresamente la presencia del Barón Monasterios es para tener información sobre Nínive, yo he estado en cada una de las búsquedas, puedo ser igual de útil para ellos.

―¿Realmente está escuchándose, Príncipe? ―inquirió con un respeto hipócrita la ahogada voz del Caballero Real Francisco Grajales, igual se notaba en su mirada cómo la preocupación no lo había dejado sólo ni una noche―. Cualquiera pensaría que su posición sería seguir al pie de las búsquedas junto con el Barón, después de todo es su prometida la que se encuentra desaparecida. Pero pareciera que es muy fácil dejar de lado eso sólo para estar en una reunión con la Unión.

El silencio reinó por unos momentos toda la habitación. El Rey Eduardo al igual que todos los que se encontraban en la habitación sabían la amarga relación que era llevada por el príncipe Antonio y el primogénito de los Grajales.

―Francisco, con todo el respeto creo que tu comentario está completamente fuera de lugar. Lo único que estoy buscando es tratar de encontrarle una solución a todo esto, te recuerdo que hay un grupo de monarcas esperando por San Pablo Bernabé al otro lado del Salón ―alegó un poco tajante el Príncipe.

Entre Rosas y EspinasWhere stories live. Discover now