Cap. XXIII - Memorias

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Antonio

San Pablo Bernabé, dos años atrás...

La hermosa mujer de ojos caramelo llevaba largo rato mirándolo fijamente. Sí, no había forma de que pudiera estar confundido, ella trataba de disimularlo un poco pero era muy difícil para el meticuloso príncipe Antonio no darse cuenta de su creciente atracción por él.

―¿Conoces a esa mujer que se encuentra en aquél grupo? La de cabello marrón rojizo y vestido rosa ―inquirió a uno de los amigos que se encontraba a su lado, Francisco tenía vario rato desaparecido.

―Realmente no me parece haberla visto antes. Seguramente es una de las invitadas especiales de Vallencio, sabes que Octavio estuvo algún tiempo viviendo allá. ¿Por qué? ¿Tienes algún interés especial en ella?

―No inicialmente, pero tengo la leve sospecha de que tiene largo rato coqueteándome, eso o simplemente le parezco muy familiar ―confesó Antonio con intriga en la voz, nunca había apreciado tan letal belleza en una dama.

―¿Coqueteándote? ―reiteró su amigo fijando la mirada en la joven que ahora lucía un poco apenada―. Bueno, no me parecería raro que fuese otra joven que cae en los encantos del príncipe de Bernabé ―se bufó.

Era cierto, el príncipe Antonio desde que se había vuelto todo un hombre había levantado los suspiros y deseos de todas las damiselas del reino. Su elegante porte y pulcra educación, además de que su irresistible herencia lo hacía un tesoro a codiciar por todas, luchando por quién sería la elegida.

―Si Francisco vuelve dile que ahora es mi turno de disfrutar la noche ―manifestó Antonio mientras dejaba con su amigo la copa de vino que llevaba en las manos y se alejaba de él, en dirección a la hechizante mujer.

¿Qué había en ella? ¿Qué había en esos ojos que lo llamaban? Pensaba que sólo era curiosidad, intriga, pero no, había algo más en él, algo que nunca había sentido por ninguna otra mujer, sentía... deseo.

―Buenas noches, bellas damiselas. Dispensen mi atrevimiento pero creo no haberlas visto antes en San Pablo Bernabé ―inició el Príncipe con un tono profundo y selecto.

―¡Oh, caballero! Por supuesto que no ha podido vernos anteriormente en estas tierras, somos invitadas especiales de Octavio Manrique, venimos del Reino de Vallencio ―respondió una voz alegre y quizás un tanto vocinglera.

―¿Y usted es...? ―inquirió una segunda voz, ninguna correspondía a la mujer que había captado la atención del Príncipe.

―Sólo soy un buen amigo de Octavio.

―¿Seguro que sólo es un muy buen amigo de él? ―interpeló ahora una profunda y dulce voz que avivó en Antonio todas las emociones―. Esa fina estampa e impecables modales sólo pueden corresponder a un noble.

―Pues posiblemente tenga algo que ver en ello ―la pícara sonrisa que se había dibujado en su rostro era evidente, mientras conectaba su atigrada mirada con la de su intrigante objetivo.

―Mi nombre es Penélope Burgos ―dijo finalmente soltando una risa y elevando su mano para que Antonio pudiera besarla.

―Antonio Bernabé ―dijo finalmente él, cuando las miradas de las presentes cayeron en cuenta de que estaban hablando con el Príncipe.

―¿Realmente es correcto lo que estamos haciendo? ―escuchaba musitar casi sin aliento la sensual voz de Penélope en su oído.

Antonio no podía pensar en nada más teniéndola tan cerca, respirándola, sintiéndola. Todo su mundo se había desaparecido. ¿Qué era todo este fuego que estaba sintiendo? ¿Qué eran todas estas emociones que no podía controlar? Nunca se había sentido de esta manera, nunca antes había estado tan cerca de una mujer.

Entre Rosas y EspinasWhere stories live. Discover now