Capítulo 17

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Hasta ahora Ana se había portado como la mejor novia del mundo. Estaba adorando absolutamente cada momento que pasaba con ella. Anoche me asusté muchísimo al escuchar que alguien llamaba a la puerta, desde la vez que el señor Cardozo vino a mí había quedado un poco paranoica. Pero el verla con una enorme sonrisa me desarmó; apenas y pude echarme a sus brazos. Las rosas no eran particularmente mis flores favoritas pero viniendo de ella eran las más hermosas y qué decir de la caja. Me conmovió profundamente el hecho de que ella tomara la iniciativa. Mientras yo moría de nervios de pedírselo, le agradezco que se haya adelantado.

El día anterior había sido particularmente malo en la cuestión física, me recuperaba lentamente de la costilla y aunque ya entrenaba sabía que no estaba del todo bien. Por lo que durante las mañanas nadaba un poco y vaya que fue un error, el dolor el monumental. Como pude me las arreglé para pasar el día, por supuesto, nadie supo de esto hasta la noche cuando Ana me sorprendió. De verdad que quería estar con ella y platicar tanto como pudiéramos pero el cansancio era excesivo.

Cuando la vi acostada en la cama millones de imágenes pasaron por mi mente. No soy indiferente a lo que Ana es y lo que me provoca; sin embargo el simple hecho de recordar su cara días atrás cuando tuvimos una ardiente sesión de besos hizo que la calentura se me bajara. Pero así como ella provocaba eso, también provocaba que mis barreras cayeran y le dieran paso a su luz. Fue así como me atreví a pedirle que me abrazara... nunca nadie lo había hecho porque era un acto demasiado intimo para mí... muy personal que no debía pasar con cualquiera.

Ana se vi tan sorprendida que sentí que le costó un poco hacerlo, sólo bastaron algunos segundos para que se recompusiera y me sostuviera amorosamente en sus brazos. Aunque el cansancio era mucho me desperté alrededor de las tres de la mañana, al principio perdí la noción de lo que había pasado y me sobresalté un poco. Pero luego sentí el olor de Ana y todo regresó a mí, las flores, la caja, la pregunta que armé, el beso... me senté un momento y la admiré. Se veía tan bonita, tan calmada... la luna hacía un maravilloso trabajo sobre su cuerpo y rostro. Su luz atravesaba la ventana y alumbraba lo suficiente para verla.

Realmente no sé cuánto tiempo pasé observándola, es sólo que no me cansaba de hacerlo y juro por Dios que nunca me cansaría de hacerlo. No había manera de describir cuánto la quería; bueno... quizá sí hay una palabra pero creo que aún es muy pronto. No tenía miedo al sentimiento, tengo miedo a lo que conlleva y definitivamente no quería presionarla. Llevaría las cosas tan tranquilas como se pudiera y esperaría pacientemente para cuando ella esté lista para avanzar.

Por fin pude dormir cuando me reacomodé de nuevo en su pecho y me dejé llevar por su dulce olor y su tranquilo ritmo de respiración. Cuando me desperté ella no estaba conmigo pero un delicioso olor me levantó. Me había llevado el desayuno y eso ni la bruja lo había hecho, ni nadie. En verdad estaba emocionada con el gesto que tuvo conmigo. La pasamos de maravilla. Como le dije, para mí, era el mejor cumpleaños de mi vida y estaba más que segura que lo recordaría siempre.

Tenía apenas unas horas que se fue y ya la extraño. Tenía que estar en la iglesia a las dos, esas fueron las instrucciones del señor Cardozo, así que sólo tenía que esperar unas horas más para verla de nuevo. Me dispuse a limpiar la casa; curiosamente esto se había convertido en una rutina que disfrutaba muchísimo hacer. Comprendí que me gustaba estar en un lugar ordenado, disfrutaba teniendo las cosas a mi manera; cocinarme también se había vuelto algo fundamental para mí. Me hacía sentir más autosuficiente y era un recordatorio de que lo podía todo siempre y cuando tuviera la disposición de hacerlo.

Hoy opté por no ir a nadar, después de arreglar la casa y desayunar regresé a la cama donde el olor de Ana reinaba... me acosté del lado donde ella estaba y con una enorme sonrisa recordé todo lo que había pasado durante la noche. Todo fue tan perfecto, tan maravilloso que deseaba que nunca se acabara el día. Cerré los ojos y enterré la cara en la almohada. Constantemente me sorprendía lo que ella me hacía sentir, la forma en cómo enloquecí por ella era bastante fácil de entender pero a la vez un misterio.

La Hija del PastorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora