Capítulo 27

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-Ya tenía hecha la maleta, no entiendo por qué tardas tanto, rubia tonta.- Estaba sentada en la cocina esperando por mi novia.

-Estoy guardando tu carta, fastidiosa.- Respondió desde su habitación.

-¿Estás removiendo la pared o qué mierda?-

-¡Lenguaje!-

-"Lenguaje"- Me mofé en voz baja.

-Te estoy escuchando, Lara.- Me eché a reír.

-Está oscureciendo, mueve tu preciso trasero.- Justo en ese momento salió. -¿Ya?, ¿o todavía tienes que ir a si ya pusieron los puercos?- Se acercó sólo para darme un golpe en el hombro.

-¿Ya pusiste?- Me sorprendió su respuesta y vi el intento que hacía por no reírse.

-¿Con que así nos llevamos?- Dio un paso más y se sentó en mi regazo.

-Te amo.-

-No, nada de eso, me acabas de llamar puerco.-

-Pero eres un puerco lindo.-

-Sí, eso lo arregla todo.- Besó mi mejilla. –No, Ana, nada de sobornos, ni besos, ni tus artimañas.- Nuevamente dejó un sonoro beso en mi mejilla.

-Vamos ya, sensible.-

-Bien, ni dos meses de noviazgo y ya me tratas así.-

-Y espérate a que nos casemos.- Me sonrió con ternura.

-No voy a caer, rubia.- Se echó a reír.

-No me culpes por intentarlo.- Tomé su mochila y la puse sobre mi hombro. –Oh- sacó un papel de sus jeans- la nota para papá.- La dejó visible sobre la mesa. –Listo.-

-Bien, majestad, andando.- Comenzamos nuestro camino a casa; ella llevaba su mochila con ropa y yo la mochila con sus libros, la que pesaba más.

-¿Me vas a decir?- Habló después de unos minutos.

-¿Qué cosa?-

-El significado de majestad.-

-Ya te lo dije- me encogí de hombros- pero babeabas tu almohada así que no lo recuerdas.-

-No es cierto.-

-Claro que sí, te lo dije.- Vi su carita llenarse de confusión y luego vio al cielo estrellado.

-Fue eso entonces, no se vale.-

-¿Había reglas?-

-Sabías que no lo recordaría.- Se quejó.

-Justo por eso lo hice.-

-Tramposa.-

-Creí que era un puerco.-

-Puerco tramposo.- Me eché a reír, me acerqué a su oído.

-También te amo.- Llegamos a la casa entre bromas y leves empujones en cuanto cerré la puerta buscó mis labios con cierta desesperación. La apreté de las caderas y la arrastré hasta que topamos con el sillón. Se detuvo para tomar aire.

-Te amo, puerquito.- Aún con la poca luz podía ver su brillante sonrisa.

-Me lo voy a creer y dejaré de comer.-

-Como si fuera posible.- Dejó un pequeño beso en mi mandíbula. –¿Quieres cenar algo?-

-Pero por supuesto que sí.- Se echó a reír. -¿Cereal?- Asintió.

La mandé a la cama mientras nos preparaba el cereal; me aseguré de cerrar bien la puerta y las ventanas de la casa. El doctorcito no me daba muy buena espina, en absoluto así que tomaba tantas precauciones como se podía. Llegué a la cama y Ana estaba recostada sobre el lado derecho, su preferido.

La Hija del PastorWhere stories live. Discover now