Epílogo

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Veía a mi hija dormir, como casi todas las noches desde que la tuve en mis brazos por primera vez. Quedé embelesada con ella desde el mismo momento en que mis ojos aterrizaron en ella. Tan hermosa y perfecta. Sé que los bebés son masas amorfas cuando recién salen de la panza de su madre pero ella, ella se veían radiante, preciosa y lista para ser amada con locura.

Y si que me tenía completamente loca por ella. He estado loca por ella por cinco años; años en los que las risas, las alegrías e incluso una que otra preocupación han reinado nuestra vida. Aunque no tenía ni puta idea de qué hacer con un bebé. Algunos tienen noción porque tienen hermanos pequeños o sobrinos o algún bebé cerca pero yo no y me costó mucho acostumbrarme a esta vida.

Cuando caí en cuenta de lo que estaba por pasar, cuando comprendí la magnitud de esto hice una enorme rabieta con Ana por haberme dejado de lado en algo tan importante para nuestra vida. Eso fue unos días después de que Alana llegó a la casa; pintaba su habitación y fue cuando entendí todo. Asusté a mi esposa porque nunca me había visto así de enojada y menos con ella. Simplemente saqué mi molestia por haberme escondido algo por tanto tiempo. Estuve lejos de ella algunos días, necesitaba despejarme antes de poder hablar con ella como normalmente lo hacíamos.

No me disculpé porque tenía muchos motivos para enojarme, Ana comprendió eso e incluso me dio mi tiempo para asimilar todo esto. Lo cual agradecí enormemente porque no quería lastimarla de ninguna manera. Ana, en cambió, volvió a disculparse mil veces más por lo que había pasado. Muchas palabras y una maratónica sesión de sexo cerraron el ciclo de enojo.

Los primeros meses fueron una locura, mientras para Ana esto era algo casi natural para mí no. Mientras a Ana le tomaba unos cuantos minutos cambiar un pañal, yo terminaba haciendo un desastre todo. Mientras ella le daba de comer a la bebé sin ningún problema, yo terminaba tirando el biberón y de milagro no tiré a mi hija. Mi hija. A momentos todavía me cuesta creer esto pero este pedazo de gente y mi mujer me han dado lo mejor de mi vida.

Aparté unos cabellos dorados que caían sobre su precioso rostro. La niña era casi tan rubia como Ana y se le hacían unos adorables hoyuelos como a mi Ana pero lo que las hacía diferentes eran los profundos ojos grises de mi hija, levemente rasgados que hacía que se enchinara graciosamente cuando se reía. Asumo que era una réplica de su padre porque no veía a Nicole por ningún lado. La chica que cumplió su promesa y nunca volvió a aparecer en nuestras vidas.

Alana siempre se dormía antes de que Cassim, el hermano de Ali Babba, fuera al bosque. Al igual que yo, tenía una fascinación con ese cuento en particular, quizá tiene que ver el hecho de que se lo leía todos los días. Ana intentaba con Blanca Nieves, Cenicienta y otras pero no era del completo agrado de mi hija. Escuché la puerta abrirse y segundos después el sonido de llaves.

-Te amo, mi cielo- me acerqué y le di un beso en la frente antes de salir al encuentro con mi esposa. Iba casi a media sala cuando bajaba las escaleras.

-Hola- saludó, unas enormes ojeras adornaban su rostro.

-Hola, rubia tonta- la abracé y la sentí rendirse en mis brazos -¿todo bien?-

-Cansada- le di un beso en el cabello –¿la niña?-

-Durmiendo.-

-¿Y ese milagro? Apenas van a dar las nueve.-

-Jugamos voli en la tarde después de los deberes. Quedó exhausta.-

-A ese ritmo será una increíble jugadora.-

-Es lo que espero- volví a besar su cabello -¿quieres recostarte?-

-No, aquí estoy bien- dijo hundiendo la cara en mi cuello. De un movimiento la tenía en mis brazos y la cargaba a la habitación. -¿Por qué compramos esta casa con tantas escaleras?-

La Hija del PastorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora