40. Cambiar de sueños

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Una estúpida broma escolar lo arruinaba todo

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Una estúpida broma escolar lo arruinaba todo. Las cosas iban de acuerdo a como lo había planeado. Con Sophie cada vez más apegada a él no iba a ser difícil aceptar un sí por respuesta y alejarse de todo lo que él debía soportar a sus espaldas.

Debía arreglar las cosas lo antes posible. Incluso furioso con ella por la tremenda desconfianza, no podía tenerla lejos. Caminó apresurado hacia su casa, pese a que cabía la posibilidad de que no lo dejasen pasar.

— ¿Te pegaron? —escuchó la voz de Esteban.

Él junto a Vincent y un pequeño grupo lo esperaban. Entonces todo encajó perfectamente.

— ¡Tú lo hiciste! —se abalanzó contra él, pero fue detenido.

—Sí, algo cliché, pero efectivo. Te dije que tengo amigos en ese colegio que pueden hacerte la vida miserable, te lo advertí —sonrió.

—Como supiste... —comenzó a preguntar haciendo fuerza para que lo soltaran.

—Los rumores corren y por el colegio se decía que te encerrabas largos ratos en el depósito con Sophie, la curiosidad de algunos es fuerte y tuvimos suerte, después de días de no filmar nada encontramos algo que debíamos compartir con el mundo.

— ¿Que pasa Ian? Creí que te gustaban los videos —Vincent se acercó a verlo de cerca, echándole en cara que se vengaba.

Pese a la impotencia y a saber que aquello era un acto suicida se abalanzó contra Esteban en cuanto lo soltaron. Pudo darle un par de golpes antes de ser detenido de nuevo y recibir un golpe a cambio. Después dejó que se fueran, no podía seguir perdiendo el tiempo, ya pensaría qué hacer con ellos pese a saber que se inmiscuía en una cadena de venganzas que no tendría fin.

 Después dejó que se fueran, no podía seguir perdiendo el tiempo, ya pensaría qué hacer con ellos pese a saber que se inmiscuía en una cadena de venganzas que no tendría fin

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Debajo de su cama no podía más que sentirse patética. Por un lado aún presentaba incredulidad, había confiado en Ian y todas aquellas veces en las que él había repetido que la amaba más que a su vida; y por otro lado, patética a sabiendas que pese a que no valía la pena llorar por alguien que le había hecho mucho mal, no podía dejar de hacerlo.

—Sal, lo matamos luego, ahora hay que convencer a papá de que no te expulse, tú no tuviste nada que ver. —Mientras se sumía en la melancolía, Tiago entró a su habitación sin la cortesía de llamar.

Los sueños secretos de SophieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora