Diecinueve.

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Todo era divertido hasta que llegaba de nuevo esa extraña sensación, la que detenía injustamente la vuelta que hacía mi mundo para terminar de una sola forma y precisamente de cara al inodoro, donde tenía que expulsar esa sustancia que me hacía ver todo más divertido pero al mismo tiempo me partía la cabeza cuando el efecto del alcohol se asentaba en mi cuerpo. Podía escuchar con gracia las maldiciones de Lautaro por tener que estar detrás de mí sosteniéndome el pelo para que no lo manchara, pero ni si quiera me importaba hacerlo porque podía lavarlo después.

— ¡Cuando me refería a que te emborracharas no quise decir que vomites hasta tu hígado! —me acusó y yo me tapé la boca con la toalla que me había dado. Ya no servía que me diera sermones, de hecho me los acordaba de memoria. — ¿Ya está?

—Creo que sí.

—Dios mío qué asco, ¿dónde está tu dignidad?

—Ahí. —le señalé el inodoro riendo y él casi lo hizo.

— ¡No me hagas reír, estúpida!

Yo me reí bajo el efecto todavía y cerré mis ojos, estaba realmente agotada por la fuerza que había hecho mi estomago e incluso por los golpes en mis rodillas al caerme varias veces por descuidos del que se suponía que me iba a cuidar. Lautaro se quejaba pero después de todo era su culpa, fue quien me invitó gustosamente a emborracharme para cuidarme y yo no me iba a negar, había que olvidar varias cosas por un rato.

— ¡Está fría!

—Lo hubieses pensado antes de otorgarme ser tu cuidador. —se rió manteniéndome debajo de la ducha fría, sin dejarme salir ni siquiera para respirar de toda el agua que me invadía en la cara.


La mezcla de música que se produjo en mi cabeza fue casi igual a sentirse en un terremoto, apenas fui capaz de moverme porque sabía quién me esperaba y cómo hacía doler, mi amiga la resaca estaba esperando por mí y sus enemigos el teléfono y la luz del día estaban haciendo de las suyas, los recuerdos venían después para cargarla. Un celular se apagó primero y fue el que justamente no tenía mi canción, pero el mío seguía y antes de abrir los ojos sentí un cuerpo por encima y pronto un zamarreo.

—Cali es tu mamá, despertate debe estar preocupada. —me dijo Lautaro y el enemigo recuerdos llegó antes que todos. Me moví un poco y me quejé al sentir el dolor en todo mi cuerpo, principalmente en la cabeza. —Te lo pongo en el oído, hablale.

— ¡Al fin atendes! ¡¿Dónde estás Camila?!

—Mmm... hola mamá, estoy bien ¿vos?

— ¡¿Dónde estás?! ¡Estoy preocupadísima llamándote hace horas porque nunca llegaste, ¿cómo te pensas que puedo estar?!

—Estoy bien, en la casa de... Dani.

— ¡Dios mío casi nos da un infarto, tu papá se fue a trabajar súper estresado y debe estar comiéndose las paredes!

—Perdón, se me apagó el celular.

— ¿Cuándo vas a volver?

—En un rato.

—Bueno apurate, me tenías con el corazón en la boca Camila. —bufó y yo no quise escuchar más, me alejé un poco y enterré mi cara en el colchón.

—Deberías llamar a tu papá o contestar los mensajes.

—Contestale vos.

—Creo que volví a tenerle miedo. —dijo y yo me quejé para darme la vuelta y sacarle el celular. Las llamadas perdidas y los mensajes eran incontables, entendía porque eran las doce del mediodía y yo no les había dado señal de vida, pero ni siquiera sabía cómo es que lo estaba con el terrible dolor de cabeza y el maldito sol entrando por todo el ventanal como si alguien lo hubiese invitado.

¡Va a ser mío!Where stories live. Discover now