Treinta y seis.

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El viaje que tendría que haber sido de dos horas fue de tres por todas las veces que tuvimos que esperar a que Lautaro se comprara sus gomitas en las estaciones de servicio, era frustrante porque me hacía parar cada media hora y mientras iba comiendo sin convidar, por supuesto, criticaba mi forma de manejar con sus pies arriba de la guantera y una tranquilidad envidiable. Aparte de elegir la música y básicamente todo lo que necesitaba mi auto, dirigió desde su lugar el viaje que no manejó pero prometió hacerlo a la vuelta.

Una de las razones por la que también Lauti había cedido a que fuera Daniela, fue porque ella consiguió que un amigo de sus papás nos prestara su hostel, una enorme casa con muchas habitaciones para turistas. Era temporada por lo que había muchos de ellos y tuvimos que agruparnos, desde un principio yo iba a dormir con mi amiga pero cuando en la noche se pasó a la habitación de Miguel, inmediatamente Lautaro se pasó a la mía, quería hablar de la vida y filosofar un rato, pero me quedé dormida antes que se preguntara por qué existían los perros.


En la mañana el único que estaba despierto era Thiago, así que fuimos a caminar por la playa para tratar de encontrarnos con algún pingüino pero no estaban a la vista y nos volvimos a desayunar antes que los chicos empezaran a despertarse. La mesa en la que nos sentamos estaba siendo ocupada en la otra punta por turistas, muy jóvenes y lindos desde mi punto de vista y ellos enseguida se acercaron a hablarnos, el único chico entre las dos mujeres fue al que yo escuché.

—Creo que va a ser mejor esperar a que ellos decidan hacerse ver, no hay que presionarlos porque pueden picotearnos. —dijo y yo me reí, aunque en realidad no había sido gracioso lo que había dicho pero tenía esa intención. — ¡Y quizá nos saquen los ojos!

—Un pingüino nunca te puede sacar un ojo, a menos que seas un poco pelotudo, estés muerto y tengan que comerte. —dijo Lauti sentándose en la silla del medio que había entre Diego y yo.

— ¿Te despertaste de malhumor?

— ¿A vos te gusta despertarte a las once de la mañana cuando no es obligación?

— ¿Y para qué te despertaste?

—Básicamente porque mi espalda me lo estaba pidiendo a gritos. Y vos nunca más venís. —la acusó a Daniela con el dedo, ella le mostró el dedo del medio. —ni aunque esto sea gratis.

—Yo conozco un lugar más cómodo. —dijo Diego. —Por si te interesa Cali.

—Sí, después pasamelo.

—No va a ir a tu cama.

—Ay Lauti, bajá un cambio. —me quejé levantándome antes que provocara mi malhumor, no me contestó y siguió preparando su desayuno, pero como yo había terminado el mío salí a recorrer el hotel, aunque no era un hotel precisamente pero funcionaba como uno.

En la parte trasera del lugar tenían un quincho donde algunos empezaban a usar las parillas para el asado, al costado había un jardín y monumentos de los fundadores supuse antes de acercarme a ver las flores que si bien estaban congeladas, mantenían su color. Los carteles eran referidos al porqué las flores no se caían como las normales en el otoño y sin prestarle demasiado atención, leí.

—Hola. —me saludó Diego de nuevo para cruzarse de brazos a mi lado. — ¿ese chico era tu novio, no?

—No nada que ver, es un amigo.

—Ah, un poco asqueroso ¿no?

—Odia las mañanas, pero después se le pasa, a veces.

—Genial porque estábamos diciendo con las chicas que sería bueno comer unas pizzas hoy en la playa y tomar una cerveza con ustedes, bueno nos cayeron bien incluso los que vinieron después.

¡Va a ser mío!Where stories live. Discover now