Cuarenta y uno.

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Llegué a Puerto Madryn a las once y media de la noche y aunque juré no borrar mi sonrisa, el aire me cambió y el ánimo también cuando papá pasó a buscarme con Dylan, que no dejaba de llorar en la parte trasera porque tuvieron una pelea con Antonella dejando en medio al nene que no entendía de gritos y para calmarlo lo sacaron a respirar aire fresco mientras que mamá compraba una leche envasada para él y me esperaban.

La tensión se sintió desde que puse un pie adentro de la casa, mi hermana estaba sentada en el sillón y se levantó rápidamente para sacarle a mamá de los brazos a Dylan dormido, se encerró en su cuarto y por obra de algún santo mi sobrino no lloró.

Preferí omitir comentarios, yo le echaba la culpa a ellos por seguir fomentando la irresponsabilidad de mi hermana, y como sabía que eso les dolía porque como buenos padres querían lo mejor para sus hijos, les deseé las buenas noches y subí a mi cuarto para bañarme y acostarme a pensar en lo que tenía que afrontar en la mañana siguiente.

No podía negar que haber estado con Agustín fue el cielo, me hizo olvidar de muchas cosas y las comparaciones preferí evitarlas a pesar que las encontraba, no para mejor ni para peor, sólo por el mero hecho de diferenciar.


Las clases que me asignaron no fueron los mejores días, los lunes siguieron siendo parte de mi calendario, los miércoles se incluyeron y los viernes se quedaron igual, los peores días para ir a la universidad porque únicamente coincidía con mis amigas los viernes, todos teníamos los nuevos horarios durante todo el día y como estaba segura que Lautaro no se iba a despertar temprano, medí su horario para encontrármelo y poder hablar como dos amigos adultos y normales que éramos.

— ¿Notaste algo raro o fue normal?

—No recuerdo haber visto algo que me llamara la atención, pero vos lo conoces Cali, es un chico raro.

—Yo no lo soporto. —dijo Coco, lo que en realidad siempre decía porque él no lo quería a Lautaro a diferencia de Thiago, que era uno de sus mejores amigos.

—Sí bueno pero la semana antes que yo me fuera estaba raro, me encontré a su hermana y le pareció lo mismo.

—Lauti es raro, y muy reservado con sus estados de ánimo, yo creo que él nunca está triste porque siempre tiene ganas de coger, tomar y molestar, lo conoces y diría más que yo.

—No sé, a veces pareciera que no lo conozco.

— ¿Cali? —me llamaron y cuando le reconocí la voz cerré los ojos un momento, me armé de valor y me di la vuelta para encarar a Dante. —Hola, ¿podemos hablar un minuto?

—Hola ¿qué pasa?

—A solas.

Acepté para no ser descortés, pero estaba un poco cansada de negarme con Dante, después de todo era él quien quería ser rechazado o negado a todas sus peticiones, lo cual era absurdo, porque meses atrás moría por obtener eso de su parte y para demostrarle a Lautaro que yo podía ser más para Dante que él.

—No quiero convencerte de nada, solamente quiero que entiendas lo mucho que te extraño y antes que digas algo, te quiero decir que entiendo que nada más quieras sexo y considerando que la pasábamos bien...

—Dante vos haces que yo encuentre fácilmente esa perra que hay en mí, no quiero ser mala con vos, pero ni siendo buena entendés que no quiero más nada.

—Cali pero estoy diciéndote que puede ser sólo sexo, yo quiero eso, nada más.

—Es que... no Dante, no quiero eso tampoco. —le dije soltando mis manos de las suyas, me hacía sentir mal pero era insoportable y mi paciencia tenía límites.

¡Va a ser mío!Where stories live. Discover now