Prólogo

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Prólogo

La sala estaba totalmente llena cuando el aprendiz entró. A cada lado del pasillo que le llevaría hasta el estrado había decenas de figuras que, sumidas en la oscuridad de la sala, permanecían en silencio, expectantes.

Él era el centro de atención.

Hacía mucho tiempo que esperaba aquel momento. La mayoría decía que lo esperaban desde niños, pero él iba más allá. Él lo deseaba desde antes incluso de nacer. Su meta en la vida siempre había sido alcanzar aquel momento, y ahora que apenas quedaban unos cuantos metros para abrazar su tan esperado destino, se sentía feliz.

Se sentía realizado.

Pero también algo intimidado.

Paso a paso, el aprendiz fue acercándose al estrado. Allí, en lo alto de las escaleras de piedra, tan solo una persona le esperaba. Atrás quedaban el maestro y el que pronto sería su compañero; atrás quedaban las horas de estudio y las tardes de entrenamiento. Atrás quedaba todo. Esa tarde nacería un nuevo hombre.

El aprendiz ascendió las escaleras y se detuvo en el punto marcado, tal y como le habían enseñado. A sus espaldas, iluminados sus rostros por apenas velas, la muchedumbre aguardaba sentada en los bancos de piedra, a la espera. Hasta entonces nunca habían visto su rostro ni escuchado su nombre, pero a partir de entonces jamás lo olvidarían. Él marcaría su destino.

Aguardó unos instantes a que la figura del tan venerado gran señor acudiese a su encuentro para hincar una rodilla en el suelo. Aquella era la primera vez que coincidía con él en persona, pero le conocía a la perfección. Sus discursos, sus estudios, los avances logrados por él... El aprendiz admiraba a aquel hombre profundamente. Le había seguido desde que había tenido uso de razón, y a partir de entonces lucharía y viviría únicamente para él.

Cerró los ojos por un instante mientras el gran señor dedicaba unas palabras al silencioso público. Cogió aire y se obligó a sí mismo a calmarse. No podía permitirse dar una mala impresión durante el nombramiento: todo el planeta tenía los ojos en él. Así pues, el aprendiz se concentró en aquello que incluso en momentos de mayor fatalidad lograba calmarle y empezó a relajarse. Poco después, al escuchar los pasos del gran señor acercarse a él, volvió a abrirlos.

Había llegado el gran momento.

Sintió el peso del metal sobre el hombro derecho y alzó la vista hacia los severos ojos que le observaban al otro lado de la larga espada. En ellos no había sombra alguna de duda.

—¿Juras lealtad al Reino y a la palabra de nuestra señora Lightling? —preguntó, pero no esperó a que respondiera—. ¿Juras proteger a los hombres y mujeres de este dichoso planeta de cuanta amenaza exista? ¿Juras entregar tu vida por Tempestad? ¿Juras cumplir con todas las leyes impuestas por nuestra orden? ¿Juras velar y proteger nuestros secretos con la vida y la muerte? Aidur Van Kessel, hoy te has arrodillado como aprendiz por última vez: ahora levántate como un maestro.

Aidur besó el filo del arma y se incorporó siguiendo las órdenes del anfitrión. Frente a él, ahora en pie y con los rostros iluminados por los centenares de velas que iluminaban la sala, todos los presentes le daban la bienvenida con respeto. Aidur dio un paso al frente, adelantándose así al gran señor, y se puso cara a cara al público. Ya no había burla alguna en sus expresiones; ni desprecio ni indiferencia. Todos le miraban con admiración, con deferencia, con sumisión.

Con miedo.

Aidur hizo una ligera reverencia hacia su pueblo, tanto los allí presentes como todos los que desde las calles le daban la bienvenida frente a las grandes pantallas holográficas instalabas en las plazas tal y como el gobierno había ordenado, y se volvió de nuevo hacia el maestro de la ceremonia.

—Yo, Aidur Van Kessel, juro lealtad a nuestro planeta, Mercurio, a nuestra Señora, Lightling, y a usted, señor Varnes. Juro lealtad a Tempestad y juro proteger a todos y cada uno de nuestros ciudadanos. Entrego mi vida y mi muerte al Reino.

—Que así sea, entonces, Parente. Como miembro de mayor rango de la organización, en nombre de nuestra señora y del Reino, le doy la bienvenida a Tempestad. No nos falle.

Van Kessel le estrechó la mano cuando este se la tendió, bajo los estruendosos vítores y aplausos del planeta entero. Su maestro se había jugado mucho al proponerle a él, un muchacho aún, para un cargo tan importante. Salvo su nuevo compañero, el Parente Adam Anderson, nadie tan joven había logrado alcanzar jamás el rango tan pronto.

No podía fallarle.

—No le fallaré, señor Varnes. Se lo juro por mi vida.

—Más le vale, Van Kessel, —respondió Eliaster Varnes con la mirada fija en la del recién ascendido Parente, bajando el tono de voz—, porque de lo contraría será precisamente con la vida con lo que lo pagará. Jared apostó fuerte con Anderson hace doce años y le salió bien; veamos que pasa ahora. Ahora disfrute de la fiesta; usted es el gran protagonista.

—Gracias, mi señor.

—Le deseo suerte, Van Kessel. Mercurio no es un planeta tan tranquilo como muchos quieren creer; usted bien lo sabe viniendo de donde viene. Le recomiendo que mantenga la cabeza fría y que tome las decisiones que crea pertinentes. Si es usted tan bueno como dicen, seguro que lo hará bien. Espero buenos resultados.

—Los tendrá.

Van Kessel le siguió con la mirada en silencio. A su alrededor, la ceremonia en su honor había reunido a la más selecta clase política del planeta: gobernadores, ministros, consejeros... Todos estaban a su alrededor, celebrando por todo lo alto el ascenso del Parente. En un rato hablarían de él y beberían en su honor en el castillo que se convertiría en su residencia a partir de esa noche; sin embargo, nadie se le acercaría.

Y así fue.

Solo una persona se le acercaría a lo largo de toda la noche varias horas después. Una persona que sabía perfectamente cómo se sentía, pues anteriormente lo había vivido, y gracias a la cual, en parte, estaba allí.

—Tómate una copa, Aidur. Esto va para largo —le recomendó el Parente Adam Anderson con una falsa sonrisa recorriéndole los labios—. Hoy es tu gran día, intenta pasártelo bien. A partir de mañana todo será más fácil, te lo aseguro. Eso sí, acostúmbrate a la soledad: es lo único que puedo asegurarte que tendrás. Por cierto, felicidades, compañero. Bienvenido a nuestra gran familia.

ParenteWhere stories live. Discover now