Capítulo 20

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Capítulo 20

Los disparos alcanzaron a Cruz antes de que éste pudiese incluso inmutarse. El agente abrió ampliamente los ojos ahora en la oscuridad total y, víctima de la sorpresa, cayó de espaldas con tres heridas en el pecho. Ya abatido, Cruz intentó desenfundar sus armas, pero Schmidt cayó sobre él como un rayo. Le desarmó, añadió un par de puntapiés y puñetazos a su ya lamentable estado y, siguiendo órdenes, se apresuró a amordazarlo y maniatarle.

Cruz no podía morir aún.

Alarmados por los disparos y la caída del sistema energético, los guardias de la sala de monitoreo no tardaron en presentarse con las armas preparadas. Los cinco jóvenes, ahora más despiertos que nunca, esperaban encontrar una escena muy distinta a la que hallaron. En sus mentes, lucharían contra los terroristas del lado del Parente; quizás, incluso, le salvarían la vida y sus nombres serían recordados eternamente como los de los héroes que acudieron al rescate del gran Van Kessel en su peor momento.

Lamentablemente, eso nunca pasaría.

Ninguno de los cinco tuvo oportunidad alguna de disparar sus armas. Nada más entrar, Van Kessel y Schmidt les abatieron sin piedad alguna, conscientes de que, a pesar de su inocencia, en aquel momento eran sus enemigos. Así pues, la lluvia de disparos les arrasó a tal velocidad que, por suerte, ni tan siquiera fueron conscientes de quienes les abatían.

Simple y llanamente, todo se volvió oscuridad.

—Ordena a Thomas que nos envíe a uno de sus chicos para que se ocupe de este imbécil —ordenó Aidur a Schmidt refiriéndose a Cruz, el cual, ahora ya inconsciente, yacía sobre su propio charco de sangre—. Yo me ocupo de estos, ve con Merian y el resto.

—Sí, señor —respondió Schmidt de inmediato—. A sus órdenes.

Con la caída de los sistemas de energía las paredes que cerraban las celdas habían desaparecido dejando los retretes, los colchones y a sus dueños al descubierto. Aidur se volvió hacia ellos, aún con el arma entre las manos, y les ordenó que se pusieran en pie. Aunque lo dudaba, pues confiaba plenamente en la capacidad de Merian y el resto, no podía descartar la posibilidad de que Shanders pudiese reactivar los generadores. Así pues, tenían que salir de allí antes de que fuese demasiado tarde.

Y así hicieron.

Harald y Willk fueron los primeros en obedecer. Ambos se mostraban desconfiados y confusos, pero sabían que no podían desaprovechar la oportunidad. Tanna y Olaff, en cambio, simplemente estaban demasiado confusos y aterrorizados como para saber qué estaba sucediendo a su alrededor. Sin luz y con atronadores disparos sucediéndose por todas partes, aquel lugar había perdido por completo la lógica.

—Ford, coge a tu padre; no hay tiempo.

—¿Qué pretendes hacer con nosotros, Van Kessel?—respondió Harald con cierta acritud—. Si lo que quieres es llevarnos a ese estúpido juicio tuyo prefiero que me vueles ahora mismo la cabeza.

—Vamos Ford, disimula tu estupidez por una maldita vez, ¿quieres? —Aidur sacudió la cabeza—. Tú, Sorenson, ayuda a Katainen. Creo que le han dado una buena paliza al viejo.

Aunque confusos, tanto Harald como Willk obedecieron. El primero ayudó a su padre a incorporarse, pero ante la negativa de éste de moverse optó por intentar arrastrar el colchón entero sin demasiado éxito. Willk, por su parte, no tuvo tantos problemas con la mujer y Katainen. Tomó a ambos por los brazos e, instándoles a que lo siguiesen, los sacó de las celdas hasta quedar junto al cuerpo ahora inconsciente de Cruz, el cual, aprovechando la proximidad, aprovecharon para patear.

Aidur se arrodilló junto al mayor de los Ford.

—Vamos, Graham, les voy a sacar de aquí. Un último esfuerzo —pidió el Parente—. Lo tengo todo preparado.

ParenteWhere stories live. Discover now