Epílogo

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Epílogo

Había tardado varias semanas en conseguirlo, pues tanto Novikov como Schreiber se habían negado en rotundo, pues consideraban aquel descubrimiento y lo ocurrido demasiado importante como para dejarlo en manos de un solo hombre, pero tras mucho insistir Aidur había logrado que su equipo quedase al mando de la investigación de todo lo ocurrido.

 Ya no quedaba demasiado en la galería. Tras demoler el portal y dar caza al resto de supervivientes del submundo, la enorme sala había quedado convertida en una especie de gran vertedero en el que el olor de la sangre impregnado en las paredes y los restos de los cadáveres aún esparcidos por el suelo impedían pensar con claridad. La muerte aún estaba muy presente en aquel lugar...

De pie frente a los escombros del portal, Aidur podía percibir el recuerdo de los gritos y los últimos estertores de los allí fallecidos. Los combates ya habían finalizado, pero la energía de toda aquella violencia había quedado grabada en la sala, donde siempre permanecería, como recuerdo de lo ocurrido.

—Aidur, son más de las once; deberíamos...

—Sí, sí. Ahora voy, tranquila. Dame tan solo unos minutos más.

—Claro, jefe.

A pesar de los días que llevaba trabajando allí, Daniela seguía sintiéndose intimidada por aquel lugar. Según decía, a veces podía escuchar las voces y los gritos de los muertos. Aidur suponía que aquello era producto de su imaginación, pues por suerte la mujer no había tenido que vivir la batalla allí librada, pero la comprendía. A él le perseguían los fantasmas tanto dentro como fuera de la caverna. Y seguramente le acompañarían hasta el resto de sus días, cosa que, en depende de qué casos le reconfortaba. Y es que, después de todo, ¿qué iba a ser de él ahora que su querido Kaine Merian ya no estaba para guiarle?

Kaine había muerto, pero no era el único. En aquel lugar habían muerto tantos hombres y mujeres que los monolitos alzados en su nombre llenaban prácticamente todas las ciudades del planeta.

Era todo un orgullo.

Claro que, ¿realmente había valido la pena? Con cada día que pasaba, las dudas de Van Kessel respecto a lo ocurrido se iban multiplicando. ¿Era realmente cierto que al otro lado del portal existía una segunda civilización? Y en caso de que así fuera, ¿por qué no habían permitido a Bicault y los suyos unirse a ellos desde el principio? ¿Qué papel había jugado Erinia en todo aquella trama? Y lo que era aún peor... ¿realmente él era, al menos en parte, uno de ellos?

Schreiber confiaba en que muchas de aquellas preguntas serían respondidas cuando Erinia fuese localizada, pero Aidur sabía que, por mucho que la buscasen, no iba a aparecer. Todo el misterio sobre los Taranios y su futuro había quedado atrapado en aquella galería, y ahora que el portal había sido destruido, jamás podría ser descubierto.

Por suerte, al menos le quedaba su planeta.

—Daniela dice que es la hora, Aidur. —Escuchó decir a Tanith desde la lejanía—. Debo volver a casa; nuestra nave sale en menos de veinticuatro horas.

Al igual que le sucedía a él, Tanith no había podido evitar visitar a diario a aquel extraño y horrible lugar. Había algo en él que la atraía, algo terrible y misterioso que la atormentaba tanto de día como de noche y, por mucho que intentaba alejarse, todos los caminos la traían de vuelta. Era como sí, de algún modo, ella perteneciese a aquel lugar, y aquel lugar le perteneciese a ella.

Precisamente por ello había decidido tomar aquella decisión.

—Veinticuatro horas... —repitió Van Kessel en apenas un susurro, pensativo.

Desde que la mujer le anunciase su partida del planeta, Aidur había sufrido un bombardeo de sentimientos y dudas frente a los cuales aún no había sabido posicionarse. Por un lado deseaba que se alejase de Mercurio; que buscase un lugar seguro en el que vivir y, de una vez por todas, ella y el niño fuesen felices. Por el otro, sin embargo, se negaba a dejarla escapar. Tanith y Daryn eran su familia. Una familia extraña y complicada que ni tan siquiera él era capaz de entender, pero una familia después de todo, y les necesitaba.  

—¿Vas a acompañarnos?

Tanith se situó a su lado, frente a las ruinas del portal. Aunque aún sufría las secuelas del combate, la mujer se sentía más viva que nunca.

—Creo Thomas también va a venir.

—¿Thomas? Thomas no va a ir, Tanith.

Tremaine se encogió de hombros. Aunque hacía días que no hablaba con Murray, pues éste no se había tomado demasiado bien su decisión, confiaba en que al menos se despediría de ellos.

O al menos eso quería pensar. Después de todo lo ocurrido, Tanith ya no sabía qué pensar respecto a nada ni nadie.

—¿Y tú tampoco, verdad?

—No quiere que te vayas. Ahora os necesita aquí más que nunca. Han muerto tantos... además, Adam lleva una semana sin dar señales de vida y no creo que vuelva a darlas. —Van Kessel dejó escapar un suspiro—. Se ha ido.

—Ya... —Tanith se encogió de hombros—. Pero dudo mucho que eso le importe a Murray, ¿no te parece?

Aidur esbozó una leve sonrisa. Hacía tiempo que no se sentía tan melancólico y confuso como en aquel entonces.

—No te vayas.

Tanith respondió con una sonrisa. Aunque a veces no era necesario decir las cosas con palabras, pues las acciones y los sentimientos eran suficientes, en aquel entonces lo agradeció enormemente. Hacía demasiado desde la última vez que alguien le había hecho sentir importante.

Lamentablemente, era demasiado tarde.

Se puso de puntillas para alcanzar su rostro y le dio un suave beso en los labios a modo de despedida. Después, sin poder evitar lanzar una última mirada a los restos del portal, se alejó en silencio, sin volver la vista atrás.

De nuevo, Aidur se quedó totalmente solo... Aunque no por mucho tiempo.

Una hora después de que Tanith se fuera junto a Daniela y el resto, algo empezó a brillar en la galería. Las pocas piedras que aún se mantenían en pie del portal adoptaron una tonalidad negruzca que, poco a poco, empezó a destellar. Aidur, perplejo, retrocedió unos pasos, asombrado por el flujo de energía que ahora fluía alrededor de las rocas y el cristal, pero no se asustó.

En lo más profundo de su alma, sabía lo que iba a pasar.

Los destellos precedieron a un suave siseo procedente del interior de la sala. Aidur volvió la mirada a su alrededor, sintiendo que decenas de voces susurraban su nombre a coro, y durante un instante se perdió en la inmensidad del lugar. Inmediatamente después volvió la vista al frente y vio que, ante él, una esfera de oscuridad empezaba a crecer. Retrocedió unos cuantos pasos más, ahora ya llevándose la mano al arma, a la defensiva, y observó en silencio el movimiento de la esfera. Ésta siguió creciendo poco a poco hasta que, finalmente, rozando ya los veinte metros de diámetro, se estabilizó.

La sala se llenó de electricidad estática.

Doscientos años después, el portal volvía a estar abierto.

Fin

ParenteWhere stories live. Discover now