Capítulo 24

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Capítulo 24

—Este es el fin. Siempre supe que moriría joven, ¿pero cómo imaginar que sería así? De haberlo sabido habría hecho tantas cosas...

Tumbada de espaldas sobre el frío suelo de su celda, Tanith había permanecido hasta entonces en silencio, sumida en sus pensamientos, como de costumbre. Después de cuatro semanas de encierro en las que tan solo la desesperación y los lamentos del resto de prisioneros la habían acompañado, ya no quedaba lágrima alguna que verter, grito que entonar u oración que murmurar. Tremaine se estaba quedando sin fuerzas, pero no sin esperanzas. Incluso sumida en la más profunda de las desesperaciones, la nifeliana se apoyaba en la confianza de que tarde o temprano serían rescatados para poder seguir adelante.

Después de todo, ¿qué otra cosa les quedaba a parte de la esperanza?

—Oh vamos, esto no es el fin —murmuró sin apartar la mirada del oscuro techo. No muy lejos de allí, en una de las celdas, alguien lloraba ininterrumpidamente desde hacía aproximadamente tres días. Su resistencia era realmente admirable—. Ten confianza. Vendrán a por nosotros.

—¿Que vendrán a por nosotros? ¿Realmente crees que a Mercurio le importa lo más mínimo lo que se pase a Nifelheim? ¿En serio? —Al otro lado del pasillo, encerrado en su propia celda, Finn dejó escapar un largo suspiro. Días atrás había intentado mantener contacto visual con Tanith durante sus conversaciones, pero en aquel entonces estaban ambos tan cansados que ni tan siquiera hacían el esfuerzo de levantarse—. Hace años que intentan acabar con nosotros, Tanith. Esto... esto simplemente ha sido un golpe de suerte. No le importamos a nadie.

A veces era fácil dejarse llevar por la desesperación. De hecho, era lo más normal. Al igual que Finn, prácticamente todos los prisioneros encerrados en las profundidades del planeta habían sucumbido a ella. Tan solo algunos como Tanith, lograban mantener la esperanza, aunque nunca durante demasiado tiempo. La mayoría acababa derrumbándose tarde o temprano. Ella, sin embargo, estaba demasiado obcecada como para cesar en su empeño.

—A Van Kessel sí.

—Pero Van Kessel no puede cambiar el mundo, Tanith. Un solo hombre no puede salvarnos del destino que nosotros mismos nos hemos labrado. Mercurio murió durante el primer Colapso; que nuestros antepasados sobreviviesen entonces solo sirvió para aplazar temporalmente lo inevitable.

—Me da igual lo que digas, Katainen. Van Kessel va a venir a sacarnos de aquí, estoy convencida. Y traerá consigo a toda Tempestad.

—Ya... y luego vas y despiertas, Tremaine —intervino Orace Moonspell, uno de los prisioneros nifelianos que, al igual que Tanith y Finn, había sido secuestrado hacía ya más de un mes.

Situado no muy lejos de ellos, a tan solo una celda de distancia de la de Finn, el prisionero solía participar en las conversaciones de vez en cuando, dependiendo del estado de ánimo en el que se encontrase. Tanith no sentía demasiada simpatía por él, pues sus intervenciones siempre estaban cargadas de pesimismo y odio hacia Tempestad, pero entendía su punto de vista. Teniendo en cuenta las circunstancias era complicado no sentirse traicionado... y mucho menos cuando, desde hacía dos semanas, sabían el triste desenlace de los supervivientes del Consejo de Nifelheim.

—Si Van Kessel nos saca de aquí será solo para colgarnos en la horca así que casi que prefiero que nos maten estos tipos —prosiguió Orace—. Y cuanto antes, mejor. La espera desespera.

Todos conocían el final que Bicault les tenía reservado. Inicialmente tan solo había sido Tanith dueña de la información, pues tan solo a ella se lo había confesado durante su primera y única reunión durante el intento de fuga. No obstante, tras días de silencio, entre todos habían logrado sonsacarle lo que, en el fondo, ya sabían. Van Kessel iba a ser el detonante de que la puerta se abriese, pero no era el único. Además del sacrificio que su ofrecimiento comportaba, la vida del resto de nifelianos iba a ser entregada a modo de ofrenda a aquellos que moraban tras el portal. Lo que éstos ya hiciesen con ellos era todo un misterio, pues de momento nadie sabía nada sobre los famosos Taranios de los que tanto hablaban los hombres de Bicault, pero sospechaban que no iba a ser nada bueno.

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