Capítulo 5

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Capítulo 5

Thomas Murray siempre había sido una persona muy peculiar. Dotado de una mente perceptiva y sorprendentemente sensible para la ciencia, el nifeliano había logrado ascender con rapidez desde la más baja capa de la sociedad hasta el lugar que en aquel entonces ostentaba. Un lugar que muchos envidiaban, pero al que muy pocos podían aspirar.

Un lugar que tan solo alguien como él, alguien con esa extraña y compleja mente, podía sobrellevar.

Desde que le conociese hacía ya dieciocho años, Aidur había creído ver en aquel peculiar muchachito de cabello rubio y piel sonrosada llena de pecas a un buen compañero de viaje, pero no a un amigo. El término, al menos para el caso de Thomas, no era del todo adecuado para describir su relación puesto que, en el fondo, Murray únicamente tenía un motivo por el que vivir. Y ni Aidur ni ningún hombre eran aquel motivo.

La ciencia, su auténtica y única pasión, era lo único que le llenaba. Van Kessel siempre lo había sospechado, pero no había sido hasta entonces que, al fin, lo había logrado ver con absoluta claridad. A aquel hombre no le importaba que el lugar que le había visto crecer durante las primeras semanas hubiese sido herido de muerte; tampoco que sus habitantes hubiesen desaparecido o que no hubiese ni rastro de su padre. Nada de aquello importaba mientras hubiese una posible explicación científica.

Thomas, simple y llanamente, era así. Y precisamente por ello era tan bueno.

Demasiado bueno incluso.

—Puede que estén escondidos en algún lugar —reflexionó Aidur mientras iluminaba con su linterna los paneles de control ahora abandonados de la torre de comunicaciones. Justo debajo de una de las pantallas holográficas que pendían de la pared había colgado un calendario picante con todos los días tachados a excepción del actual—. Quizás el registro de un posible fallo en el sistema haya provocado que abandonasen la localidad.

—Cabe la posibilidad, sí... —respondió Thomas con la mirada fija en la pantalla de su consola portátil. Tras realizar un análisis inicial de las condiciones atmosféricas de la zona, Murray estaba estudiando y comparando los resultados con los últimos datos guardados en la memoria virtual de la localidad—. Si pudiésemos devolver la energía a la torre quizás podríamos saber algo más. Las mediciones de mis sensores portátiles no son todo lo detalladas que necesitaría.

—No parece haber habido ningún fallo a nivel estructural, por lo que imagino que se podrá recuperar. Daniela ha enviado el mapa de la torre; revísalo y encárgate de devolver el suministro a la zona. Yo voy a dar una vuelta; me cuesta creer que no haya nadie. ¿Debo tener algo en cuenta?

Thomas alzó momentáneamente la vista de la pantalla, alerta. A la luz de ésta, tanto su cabello rubio como su fino bigote tenían una tonalidad azulada.

—Ten cuidado con los escapes de gas, Aidur —advirtió con severidad—. No te quites la máscara bajo ningún concepto. Conozco su composición química y te aseguro que no te arreglarían precisamente la mala cara. Al contrario. Dependiendo de las cantidades puede llegar a ser incluso mortal.

Van Kessel salió del edificio con paso ligero, iluminando siempre con el haz de luz cuanto le rodeaba. Encerrado en el interior de aquella estrecha y pestilente mina, el Parente se sentía oprimido. Kandem era un lugar realmente espeluznante. Lo ocurrido allí, sin embargo, era tan sorprendente que no sabía ni por dónde empezar.

Tras dejar atrás la alta torre de comunicaciones, Aidur se adentró en el poblado de chabolas que la rodeaban. En otros tiempos, aquella fría explanada había estado llena de mendigos delirantes tirados entre los harapos y escombros que conformaban sus casas, bidones en llamas y alimañas. Ahora, sin embargo, no quedaba rastro alguno de ninguno de ellos. Los bidones estaban apagados, las casuchas vacías y las alimañas, antes enormes de tanto alimentarse de cadáveres, ausentes.

ParenteWhere stories live. Discover now