Capítulo 26

1.7K 104 17
                                    

Capítulo 26

Del portal emanaba poder.

Nadie de los presentes era consciente de ello salvo Van Kessel, el cual, de pie frente a la gran mole de piedra y rodeado por miles de aquellos extraños seres que una vez habían sido hombres, podía percibirlo. El Parente sospechaba que quizás Erinia también podía sentirlo, pero por el modo en el que miraba al vacío, perdida en sus pensamientos, era probable que se equivocase. Después de tanto tiempo en letargo era normal que sus sentidos hubiesen quedado adormecidos.

Van Kessel se sentía extraño. A pesar del miedo y el nerviosismo que el estar al borde de la muerte le generaba, había algo en aquella extraña corriente de poder que surgía de la piedra y el cristal que le reconfortaba. Algo que no podía explicar con palabras pero que, desde luego, le hacía sentir más vivo que nunca.

Era una lástima que fueran a ejecutarle.

Todo había sucedido demasiado rápido para su gusto. Tras el asalto en la sala del trono, Aidur y el resto habían sido conducidos a la ahora renovada galería del portal donde los grandes huevos dorados habían dejado ver al fin su inquietante interior. Un interior en el que, muy a su pesar, ahora se encontraba gran parte de sus hombres, o al menos los que habían sobrevivido. El resto se encontraba en una de las esquinas, conformando una pirámide de cadáveres que, probablemente, no tardaría en empezar a arder.

La imagen era desesperante.

Claro que los suyos no solo se encontraban encerrados en las esferas. A pocos metros tras él, tanto a mano derecha como a izquierda, se encontraba el resto de los suyos: Kaine, Thomas y Tanith. Apresados, con las manos atadas en la espalda y arrodillados, los tres curianos aguardaban su momento final en silencio, perdidos en sus pensamientos. El primero pensaba en cómo escapar; se negaba a morir allí. El segundo, a pesar de las circunstancias, en cómo habrían logrado convertirse en lo que actualmente eran Bicault y los suyos. Estaba casi tan fascinado como horrorizado. La tercera, en cambio, pensaba en su hijo. En Daryn, en la tienda, en el futuro que les aguardaría a ambos sin ella y, por supuesto, en la ironía de su destino. Después de haberse criado los tres juntos, ¿acaso había mejor compañía que aquella?

 Alrededor de ellos se había formado un gran círculo de antiguos curianos que, siguiendo el ritmo de lejanos golpes de tambor, entonaban antiguos cánticos de oración al Planeta. Van Kessel sabía de su existencia gracias a los archivos secretos de Tempestad, aunque era la primera vez que los escuchaba en vivo. Aquellas voces y aquellos cantos eran lo poco que les quedaba ya del viejo mundo.

Su amado Mercurio...

Después de tantos años dedicados a su protección y estudio, ¿cómo imaginar que iba a morir víctima de él? En otros tiempos Kaiden Tremaine le había hablado del alto riesgo que comportaba el estudio de los secretos y los misterios; ahora, por fin, le entendía... Pero al igual que le había pasado a él, había valido la pena. Y es que, si realmente aquella tarde iba a morir, ¿acaso podía sentirse desgraciado? Ciertamente hubiese preferido alargar su vida unos cuantos años más, desde luego, ¿pero acaso no era el destino de todo Parente el de morir por su causa?

Más allá de los rezos y los gritos se podían escuchar los gritos de los prisioneros procedentes de las jaulas circulares. Aidur estaba demasiado confuso como para poder entender lo que decían, pero por el modo en el que gritaban y aullaban era de suponer que la mayoría estaban aterrorizados. Aidur tan solo había necesitado echar un vistazo a la maquinaria ahora al descubierto para saber cómo iban a morir: calcinados. Una muerte no muy agradable, aunque quizás menos agónica como la que probablemente le esperaba a él teniendo en cuenta el gran cuchillo que empuñaba Bicault.

ParenteWhere stories live. Discover now