Capítulo 25

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Capítulo 25

La luz se reflejaba en las esferas doradas dibujando un extraño abanico de colores que danzaban al son de las sombras, siempre alrededor del portal.

El portal.

Así que era cierto, existía el portal del que Erinia le había hablado.

Fascinante.

Aidur tuvo una extraña sensación de irrealidad al irrumpir en la gran sala del portal. A lo largo de todas y cada una de las horas de viaje, Erinia le había hablado de sus congéneres como seres bondadosos y avanzados cuya único interés en la humanidad era salvar a los pocos que consideraban dignos de una segunda oportunidad. Los Taranios, como él mismo había decidido llamarles, eran una civilización digna de estudio cuya existencia hasta entonces había sido un gran misterio.

Eran seres extraños.

Pero no eran a los Taranios a los que aquella tarde iban a conocer. Más allá del portal que aún permanecía cerrado, los hermanos de Erinia seguían ocultos en su dimensión, al margen de cuanto sucedía allí. Los seres que habitaban aquella cueva, sin embargo, eran otros. ¿Taranios? ¿Humanos? Erinia se los había descrito como una mezcla de ambos, pero lo cierto era que ya no quedaba nada de humanidad en ellos.

Aquellos seres eran máquinas.

Una sensación de amenaza despertó en él al empezar a ver a los primeros guardianes del portal diseminados por la sala. Todos ellos eran seres enormes de metal disfrazados de dorado cuyos rostros, ahora cubiertos por máscaras en forma de felino, le traían extraños recuerdos. Los futuros Taranios, o antiguos habitantes de Mercurio, dependiendo de cómo se viesen, se mostraban recelosos y asustadizos tras sus lanzas. Aquella era, seguramente, la primera vez que veían hombre armados, y era evidente que se sentían intimidados...

¿O quizás solo fuese la fachada?

Fuese cual fuese la respuesta, no tenían motivo para ello. Mientras que Aidur y los suyos no llevaban a la centena, ellos se contaban a miles. Los había tras el portal, ocultos entre las cajas y entre la maquinaria, asomados desde las distintas entradas a los túneles, desde lo alto de los salientes, tras los extraños huevos dorados... No había lugar alguno en el que no hubiese presencia de los curianos desaparecidos.

Y eso no le gustaba.

—¿Por qué se esconden? —preguntó Aidur a Erinia mientras ésta, decidida, les abría paso a través de la gran sala hacia uno de los túneles secundarios—. Esto no me gusta.

—Están asustados, Parente. Seguramente esta sea la primera vez que alguien acude a sus dominios desde que quedasen atrapados entre los dos mundos.

Atravesada media galería, Erinia detuvo al grupo. Procedente de uno de los túneles, casualmente al que parecían dirigirse, un grupo de futuros Taranios surgió de las fauces de la tierra. A la cabeza del grupo, con el rostro descubierto, había un ser de larga cabellera oscura y extraña y artificial expresión cuyos ojos parecían arder entre llamas.

Erinia se adelantó unos pasos. Tras ella, visiblemente inquietos, tanto Aidur como sus hombres no podían evitar que la vista les fuera de un rincón a otro de la galería, alerta ante un posible ataque.

Al menos, pensaba la mayoría a modo de consuelo, ellos llevaban armas automáticas.

—Erinia —exclamó el ser del rostro descubierto. Aunque en su semblante no había sorpresa alguna, pues no podía gesticular, su voz la denotaba—. La espera se ha hecho insoportable, Princesa. Me alegro de volver a veros sana y salva.

—Yo también me alegro, Kaleb. —Erinia volvió la vista atrás—. No vengo sola: estos hombres, con el Parente a la cabeza, han sido mis salvadores. Sin su ayuda aún seguiría encerrada... les debo la vida.

ParenteWhere stories live. Discover now