Capítulo 6

3.3K 110 32
                                    

Capítulo 6

Pasaban ya las seis de la tarde cuando la campanilla de la puerta tintineó por primera vez en todo el día. Aquella jornada, como la mayoría desde hacía bastantes meses, había sido devastadora para la economía de la tienda. Los habitantes de la ciudad ya ni tan siquiera se paraban en el escaparate a mirar; ahora, simple y llanamente, pasaban de largo, tratando así de evitar incluso la mera tentación.

Si seguía así mucho más, Tanith se vería obligada a acabar haciendo caso a Van Kessel y cerrar la tienda en la que cinco generaciones de su familia habían trabajado.

Era desesperante.

Claro que el sonido de la campanilla siempre era una buena noticia. Los clientes, aunque pocos, siempre que cruzaban la puerta era para gastarse el dinero. Ya nadie entraba solo a mirar; estaba mal visto. Lamentablemente, aquella tarde no era un cliente el que cruzaría la puerta.

Arrastrando los pies, con la mirada gacha y una expresión de confusión preocupante en la cara, Thomas Murray entró en la tienda. Poco acostumbrada a su visita, Tanith le observó desde el mostrador, en silencio, a la espera de que Van Kessel entrase tras él. No obstante, esta vez venía solo.

Totalmente solo.

Murray dejó caer la pequeña maleta metálica que traía consigo en mitad de la tienda y alzó la vista hacia el mostrador. Sus ojos verdes, hasta entonces siempre llenos de júbilo y positividad cada vez que venía de visita, en aquel entonces estaban teñidos de tinieblas; de tristeza.

De lágrimas.

Extendió los brazos hacia Tanith, la cual salió tras el mostrador a su encuentro, y la abrazó con fuerza contra su pecho, tembloroso. Acto seguido, bajo la perpleja mirada de Harald, el cual hacía días que no se despegaba de ella, rompió a llorar como un niño.

—Santa Tierra, Thom, ¿¡qué demonios ha pasado!?

—Van Kessel —respondió este entre sollozos, con el rostro y la nariz colorados—, ese maldito bastardo...

—Espera, no digas más. Acompáñame adentro —interrumpió Tanith al ver cómo, poco a poco, el rostro de Thomas se iba descomponiendo. Tomó al hombre por el brazo y, dejando abandonada la maleta en mitad de la sala, le guio a la trastienda—. Harald, ¿podrías cerrar ya? Creo que no va a venir nadie más por hoy.

—Claro. No te preocupes; tú ocúpate del llorón.

Thomas tomó asiento en la mesa de la trastienda, demasiado confuso como para escuchar el comentario burlón del vecino de su mujer. Tanith calentó la tetera, sirvió dos tazas y, adoptando la misma expresión con la que tantas veces su padre le había consola en el pasado, apoyó la mano sobre el antebrazo del científico.

Fuese cual fuese el absurdo plan de Van Kessel aquella vez, se había pasado.

—Vamos, cálmate. ¿Qué ha pasado? Es por lo de Kandem, imagino. Están empezando a filtrarse noticias... ¿Está bien tu padre?

Murray le dedicó una mirada llena de confusión. Hasta entonces no había tenido tiempo de plantearse aquel detalle. Estando en Kandem se le había pasado por la cabeza, sí, desde luego, pero la avalancha de información rápidamente había borrado aquel pensamiento de su mente.

Avergonzado, Murray se secó las lágrimas con el puño de la manga. Tomó la taza, aún con el pulso demasiado tembloroso como para no verter unas cuantas gotas en el plato, y le dio un suave sorbo. El sabor era realmente malo en comparación con los tés y los cafés que bebían en la Fortaleza, la mayoría de ellos de importación, pero al menos la temperatura era reconfortante.

ParenteWhere stories live. Discover now