Capítulo 24

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Lexa POV

La puntualidad no era lo mío y nunca lo sería, pero cuando el destino no estaba de mi parte, todavía menos. Esa era mi gran excusa para todo: la mala suerte.

Eran las ocho de la tarde (o noche, ya que a una semana de Navidad y en invierno oscurecía a las seis de la tarde), sábado, y había quedado con Clarke para ir a patinar sobre hielo.

Después de nuestro tórrido encuentro en su ambulatorio, cuando mi cara volvió a ser un bello rostro y no un rostro al que parece que le han tirado ácido, habíamos quedado un par de veces.

La llevé al cine, y como ninguna película de la cartelera era de nuestro agrado, decidimos ver una comedia porque en el reparto había una actriz que era bastante atractiva. Terminaron echándonos porque, al parecer, era de mala educación hablar en alto en el cine, y Clarke y yo nos dedicamos a hacer una crítica constructiva de la película mientras yo intentaba robar las palomitas de alguien cuando terminamos las nuestras.

Otra noche fuimos a cenar a un restaurante, esta vez con más dinero para evitar indeseables contracturas por tener que dormir de nuevo en un frío banco de comisaría. El problema fue que me tocó a mí abrir el vino, y el ojo del camarero terminó como el de los langostinos que no pudimos terminar: rojo, hinchado, y con la pupila tan dilatada como las de alguien poseído. Total, que Clarke le tuvo que revisar la herida y convencerlo de que no me denunciase mientras lo llevábamos al hospital los tres subidos en la moto. Un cuadro más raro que los de Picasso. Como no quería que él fuese detrás de Clarke por si le arrimaba su langostino, dejé que ella condujese mientras yo iba en el medio haciendo de cortafuegos, preparada para darle un culazo si hacía algún comentario pervertido.

Él se quejó al doctor de que casi lo dejo ciego, y que entonces a ver cómo habría seguido trabajando de camarero porque seguramente lo terminarían echando en cuanto se le cayera la primera bandeja.

Cuánto le gusta dramatizar a la gente.

Creo que no le caí bien, porque comencé a comparar su problema físico con el que yo tuve, alegando que lo suyo sólo era un ojo y lo mío fue toda mi cara y no me quejaba tanto. Clarke pareció discrepar.

Y una vez más, llegaba tarde a recoger a Clarke, que me había asegurado que no pasaba nada porque nos encontráramos directamente en la pista de hielo del centro. Me pareció que quería decir algo como "no vengas a buscarme porque tardarás siglos y llegaremos cuando todo haya cerrado". Paparruchas. Clarke también era una dramática, pero se lo perdonaba por las dos obras de arte que me tenían enamorada, y esta vez me refería a sus ojos, no a sus pechos.

- Ah, qué buena estoy - me regodeé mirándome al espejo y lanzándome un beso; ya que Clarke no quería darme más besos últimamente, me los daba yo misma.

Salí y subí a la moto, chasqueando la lengua ante la previsión de que Clarke cogería otro resfriado por llevarla de paquete en la moto cuando la temperatura no superaba los cinco grados. Yo siempre le decía que debería estar encantada de ponerse enferma para que yo la cuidara, pero ella me aseguraba que preferiría estar a cargo del gato de Gus.

Vaya ofensa.

Sí, posiblemente aquel gato supiera más de medicina que yo por convivir con Gus, pero nunca podría darle a Clarke los mimos que yo le daba. Claro que una persona no se cura recibiendo cariñitos, ni siquiera si son los míos.

- Llegas tarde, para variar - fue el simpático saludo de Clarke,  que me esperaba sentada en su portal con los brazos cruzados y de morros.

Le sonreí de lado con satisfacción viéndola levantarse y recoger y abrazar con fuerza el casco que le había regalado: era negro y con el dibujo animado de una leona a cada lado. El mío, por supuesto, tenía dos mapaches.

Sonríe (Clexa)Where stories live. Discover now