Capítulo 26

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POV Lexa

Tres días. Quedaban tres días para que finalizase el año y, a pesar de ser poco tiempo, ya no sabía qué más hacer para convencer a Clarke de que la quería, que Costia era pasado y ella presente y futuro. Si me dejaba, claro.

Apenas habíamos hablado desde el incidente de aquella noche. Yo creí que demostrar que podía mantener mis manos quietas era suficiente para que comprendiera que no sólo buscaba de ella sexo, como meses atrás, sino algo más: todo.

Hablamos lo justo para desearnos una felices fiestas, comentar lo horribles que eran las cenas familiares después de estar todo un año sin ver a tus primos mayores… lo típico. Aunque sólo por su parte porque, obviamente, yo no tenía primos, tíos, abuelos o padres con los que celebrar la Navidad. No es que me importase después de haberme acostumbrado tras tantos años, pero saber que Clarke estaba rodeada de gente y yo no formaba parte de ese grupo de personas, como que me deprimía un poco.

Aún así, ella me había asegurado que disfrutaría mucho más aquellas fiestas en alguna cita desastrosa de las nuestras que en casa de su madre, quien sólo le preguntaba cuándo sentaría la cabeza y cómo le iba el trabajo. Vamos, lo que cualquier persona quiere oír en sus vacaciones.

Admito que en ese aspecto no extrañaba tener a alguien recordándome cuán alto y lejos podía haber llegado y cuán rápida, patética y voluntariamente me estrellé. Me estrellé en mi sofá, concretamente. Yo ya no era la persona más trabajadora del mundo, pero ¿quién lo sería de tener una gran herencia?

A pesar de que Costia me había invitado, como cada año, a Polis para pasar las fiestas con su familia, yo decidí quedarme sólo por si de repente Clarke me enviaba un mensaje diciéndome lo mucho que me extrañaba y que necesitaba un buen orgasmo que la hiciera disfrutar de verdad de la Navidad.
Y entonces yo sería la Mamá Noel de los orgasmos.

De todas maneras, intentaba que la falta de claridad de Clarke sobre lo que ocurriría al acabar el año, no me desanimase. Prefería interpretarlo como que era demasiado obvio que no podía resistirse a mí y sobraban las palabras, aunque no estaba segura de si creerme una mentira de jarabe era lo mejor, sobretodo si luego ella me daba la patada.

Lo peor era cuando me deprimía viendo los anuncios de Navidad, apagaba la televisión y me quedaba sentada frente al móvil esperando algún mensaje de Clarke, porque entonces se me daba por pensar que, si no la había convencido en las últimas semanas, ya no podía hacer más; ella me mandaría a tomar por saco muy educadamente y yo debería enterrar mi cabeza en el jardín, como los avestruces, para no afrontar la realidad.

Yo siempre había segura de mí misma porque los demás me habían hecho verme así: mis padres, mis amigos, Costia, las chicas que iban detrás de mí a pesar de que ni las miraba, y Clarke. Sobretodo Clarke. Pero ahora que ella se mantenía en silencio, incluso para evitar darme una opinión negativa, me hacía ver cuán insegura era en el fondo.

Estaba convencida de que, independientemente de lo que Clarke decidiera, yo no podría olvidarla. Así apareciera la tía más lista, graciosa, guapa y dulce del mundo, nunca sería suficiente, nunca sería Clarke. Y si Clarke me rechazaba, por primera vez en años, me sentiría realmente sola. Ni los desplantes de Costia podrían compararse con la sensación de amargura y desolación que me embargaba sólo de imaginármelo.

Así que cuando Clarke me dijo que aquel día podía pasarlo conmigo, supe que era mi última oportunidad, y por miedo a fallar, casi deseé volver al principio de aquel acuerdo, con dos meses por delante para hacer las cosas de nuevo, esta vez mejor. No, es más; deseé volver a junio, a la época de verano, y no prometerle a Costia callarme su secreto por miedo a arruinar cualquier mínima posibilidad con ella.

Sonríe (Clexa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora