CAPÍTULO 27. EL GATITO

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Las cosas estaban tranquilas en la comisaría, demasiado. Lexa iba avanzando en un par de casos sin mucha historia, pero el que le preocupaba, el de Mount Weather, con sus ramificaciones hacia la alcaldía, seguía enquistado. Sólo tenían vaguedades que no conseguían vincular con nadie. Por otro lado, las elecciones se acercaban y Raven no había vuelto a oír nada digno de mención en la oficina electoral, además, estaba hasta el moño de tanto pijerío. Y su operación ilegal sobre las comunicaciones de los asesores se iba desmadejando muy lentamente, porque esa gente hablaba mucho sin decir nada. Sabía que detrás de tanta palabrería vacía había una especie de código, pero no entendía nada. De todos modos estaba centrada en la extraña dirección que le llamó la atención, pero la IP original detrás de ella estaba bien protegida y todos los intentos por descubrirla habían desembocado en callejones sin salida. Pero lo iba a conseguir, jamás se le había resistido nada informático y esa no iba a ser la primera vez.

Y Clarke continuaba vigilando al padre de Aden. Hasta ahora sólo había logrado presenciar algún que otro insulto, pero nada delictivo. Pero esa mañana lo vio entrar en la vivienda con signos visibles de embriaguez. Se había apostado al otro lado de la calle, ya que era una casa baja unifamiliar, y desde allí veía las ventanas. Y por obra y gracia de Raven, que había conseguido hackear su móvil, este funcionaba como micrófono y transmisor de las conversaciones que se producían en su entorno. Abrió la aplicación para escuchar, se colocó unos auriculares ridículamente pequeños, y con la simple cámara de su móvil apuntó hacia la ventana. No era la tecnología de un espía de élite, pero funcionaba.

—¡¿Ya estamos con el cansancio?! —escuchó gritar a Aldus.

—Por favor, Al —contestó su novia—, tengo una migraña horrible, no he pegado ojo. Acuéstate un rato y cuando te despiertes prometo compensarte.

Clarke observó desde la distancia cómo el hombre zarandeaba a la mujer, escupiéndole en la cara al gritarle improperios. El tipo tenía todavía la nariz hinchada por el puñetazo de Roan y a la mujer aún no le habían desaparecido por completo del rostro las marcas de la "caída en la bañera". El niño estaba acostado, pero seguro que los gritos de su padre lo iban a despertar. En una de las arremetidas, Aldus la tiró al suelo. Clarke lo estaba grabando todo, tanto el audio —que no podría utilizar—, como el vídeo, que, al ser desde fuera de la casa, sí tendría validez como prueba. La investigadora llamó a Lexa sin dejar de grabarlo todo.

—Lexa.

Eran las seis de la mañana y su despertador no sonaba hasta las seis y media.

—¿Qué ocurre? —dijo somnolienta.

—La ha tirado al suelo, estoy grabando, pero está como loco y le puede hacer mucho daño. ¿Qué hago?

—Espérame en el coche. Voy enseguida.

Lexa se vistió en dos minutos y salió disparada hacia su coche. En cuanto entró en él dio la alarma al equipo adecuado para que acudieran como refuerzo a la casa de Aldus. El tráfico a esas horas todavía era fluido, así que tardó menos de diez minutos en llegar a su objetivo. En cuanto lo hizo, se dirigió al coche de Clarke.

—La ha tirado al suelo y se ha puesto a llorar. Parecía que el tipo se iba a calmar, pero ha salido el niño, lo ha cogido de un brazo y lo se lo ha llevado a rastras a su habitación. Estaba llorando. Luego ha vuelto y le ha dado varias patadas a ella, pero no la puedo ver bien, solo las piernas. Lleva cinco minutos algo más calmado, pero de vez en cuando le grita a la mujer, que sigue tirada, e intenta obligarla a que se levante. Pero ella chilla de dolor. ¿La ves?

Clarke hizo zoom con la cámara del móvil y Lexa pudo ver la pierna de la mujer asomando tras el ligero visillo de una de las ventanas.

—Voy a entrar.

LEY & DESORDENWhere stories live. Discover now