CAPÍTULO 32. EL PRESAGIO

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Cuatro meses después.

El local incluido en el registro resultó ser una mina de oro. Big J. y los asesores de Jaha estaban convencidos de que era supersecreto, pero no para las mentes de Raven y el equipo informático. La confianza de los criminales hizo que no fueran nada cuidadosos, y la policía encontró allí evidencias de múltiples negocios ilegales, sobre todo relacionados con la construcción, pero también de otro tipo, como el tráfico de falsificaciones de obras de arte; así conectaron al grupo con la galería Mount Weather y Carl Emerson. La mayoría de estos negocios se conseguían mediante sobornos a altos cargos políticos, entre ellos el alcalde Jaha. Las evidencias eran tantas que ni una legión de caros abogados pudieron impedir que el juicio se celebrase en tiempo récord.

Lexa y Clarke estaban ya en su nueva casa, un piso más grande que el de la detective, con tres habitaciones, a mitad de camino entre la comisaría y el despacho de la investigadora. Clarke colaboraba esporádicamente con el equipo de Lexa y, además, seguía investigando sus propios casos. A veces utilizaba métodos "singulares", aunque nunca se servía de esos recursos ilegales cuando se trataba de colaborar con la policía de Los Ángeles. Lexa sabía que no todo lo que Clarke y, sobre todo, Raven, hacían pasaría el visto bueno de su ojo policial, así que, simplemente, no hablaban de ello. De hecho, cada mañana se despedían con un clarificador intercambio de frases.

—Que pilles a muchos malos, cariño —decía Clarke.

—Que no te pillen a ti, mi amor —decía Lexa.

El proceso de adopción de Aden progresaba más rápido que la media. El hecho de que Lexa fuera una reputada policía y que el niño hubiera expresado su deseo de ser adoptado por la pareja habían sido determinantes para agilizar los trámites. Pero aún no estaba completado. Las dos mujeres lo visitaban al menos una vez en semana, lo que había contribuido a que el grado de confianza con él fuera cada vez mayor.

***

El desarrollo del juicio puso en evidencia que todos los imputados, excepto Jaha y Roth, habían seguido una misma estrategia: ponerles a ellos en la cúspide de la trama y culparles de todo. Sin embargo, lejos de asumir la culpa, Jaha juró no saber nada y que todo era un entramado organizado por sus asesores; y Roth se desligó por completo del asunto, afirmando que todos los indicios que apuntaban hacia su empresa implicaban, si acaso, a cargos intermedios, pero nunca a él. A lo largo del juicio, cuando vieron que estaban acorralados, los asesores decidieron colaborar y reconocer su culpa, aunque siempre señalando a Jaha y a Roth como los cabecillas. Así consiguieron beneficios penitenciarios. Y por fin llegó el último día del mediático juicio. Lexa y Clarke pasaban inadvertidas sentadas en las filas de atrás de la sala. El veredicto fue contundente: declararon culpable de múltiples delitos a Jason Roth, a los dos asesores, al alcalde Jaha y a una retahíla de empresarios y de cargos públicos intermedios. Sin embargo, los abogados del empresario y del alcalde recurrieron, consiguiendo así dilatar el ingreso en prisión de sus representados unos meses. Así que, menos Jaha y Roth, todos entraron en prisión, aunque con rebajas por haber colaborado con la justicia.

Tras el veredicto, las dos mujeres hablaban en el pasillo del juzgado cuando Jason Roth y sus abogados salieron por una puerta cercana. Él conocía a la detective e incluso había sufrido sus interrogatorios, y también, aunque no había tratado a la investigadora, estaba al tanto de quién era y de que había colaborado con el equipo de Gustus Woodman para intentar encerrarle. Y quería hacer daño.

Tranquilamente, como si fuera el amo del edificio, se acercó hasta las dos mujeres, que le miraron expectantes. El hombre retó a Lexa con su gesto altivo, pero enseguida desvió su interés hacia la investigadora.

LEY & DESORDENOnde histórias criam vida. Descubra agora