CAPÍTULO 29. LUCHA O HUIDA

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Después de colocarse los anillos salieron a dar un paseo por el parque cercano. El día era espléndido, como lo era el humor de Lexa. Pero a Clarke, poco a poco, se le fue abriendo el entendimiento... o nublándosele, dependía de cómo se mirara. Conforme avanzaba el paseo y la mañana, la sensación de euforia fue menguando y la sensación de desasosiego fue ocupando su lugar. La investigadora no paraba de mirarse el anillo, que ya no veía tan precioso, sino un tanto amenazante.

—¿Estás bien? —le preguntó Lexa observando la seriedad de su rostro.

Clarke asintió colocando una sonrisa en su cara, que a la detective le pareció forzada. La conocía bien, y ese no era un gesto que le hubiera visto antes. Se detuvo y le cogió las manos para mirarla de frente, a los ojos.

—¿Tienes dudas? Sé sincera..., no pasa nada.

Clarke no sabía qué decir, porque no sabía qué sentía exactamente... Todo estaba nublado por una desagradable sensación de desazón que la había ido invadiendo lentamente desde que dijo ese efusivo "sí, sí, claro que sí"... ¿Claro que sí? Ahora no estaba tan claro.

—No sé..., estoy un poco abrumada...

A Clarke la golpeó la idea de que quizá se había precipitado.

—No quiero presionarte, Clarke. No me tienes que responder hoy ni mañana... Cuando tú quieras.

La investigadora asintió. Ahora sentía angustia.

—¿Nos vamos?

Volvieron a casa de Lexa en silencio. La detective también empezó a sentir desazón, y la idea de que había sido una idiota loca pidiéndole que se casara con ella empezó a adueñarse de su mente.

Nada más llegar a casa, Clarke se sentó en el sofá y Lexa junto a ella, pero se sentían incómodas, ya nada fluía. Y lo último que quería la detective era presionarla. Estaba nerviosa.

—Tengo sed. ¿Quieres agua? Voy a por agua.

Lexa se levantó y fue a la cocina, donde pudo respirar hondo y sacarse un poco los nervios que la atenazaban. Cuando regresó al salón vio a Clarke con el mismo gesto preocupado con el que se la dejó.

—Clarke, vamos a olvidarlo todo; yo no te he pedido nada y tú no me has respondido nada, ¿de acuerdo?

La investigadora seguía sin saber qué decir, así que, simplemente, asintió. Unos minutos después, se levantó dispuesta a marcharse.

—Lo siento, Lexa. Creo que es mejor que me vaya. No sé, ahora mismo no puedo pensar con claridad. Luego hablamos, ¿vale?

El vértigo había vuelto en su peor versión. Ante la reacción de lucha o huida, había optado por la huida. Lexa también se levantó y le ofreció una titubeante sonrisa para intentar apaciguarla.

—Claro, luego hablamos. No te preocupes.

Cuando Lexa volvió al salón tras cerrar la puerta, vio que Clarke había dejado el anillo sobre la mesa. Los nervios se convirtieron en zozobra.

De camino a casa se sentía como una mierda. Le dolía imaginarse a Lexa allí, de pie en mitad de su salón, con sus dos preciosos anillos en las manos, con su carita triste, como un pajarillo herido. Pero de pronto la había golpeado un miedo atroz, paralizante, y solo sentía ansiedad, angustia y dolor. Se sentía como si se le hubiera bajado de golpe el subidón de azúcar y ahora le tocara una amarga resaca.

Abrió la puerta de su despacho con dificultad, las manos le temblaban. Cruzó el salón y fue directa a su habitación para tirarse en la cama y dormir y olvidar y dormir más y dejar de sentirse tan mal.

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