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―¡Señorita Clarkson! ―escucho como un eco sonoro mi nombre y yo tengo que detenerme de lo que estoy haciendo frente al casillero.

Es él.

―Lo siento profesor, no lo había escuchado. Pero ya iba a buscarlo.

Quería golpearme mentalmente por haberlo ignorado; sin embargo, no era mi intención. Mis pensamientos estaban desordenados y desde anoche no lograba concentrarme. De todas las cenas a las que papá me obligaba a participar, esta me hacía tener una extraña sensación en el estómago. Encuentro muy inusual el trato demasiado amable de... Bob

―Qué bueno, ya me estaba preocupando ―dice y su amabilidad me hace erizar la piel.

Tengo que dejar de pensar en tonterías y concentrarme en lo que voy a hacer por primera vez en mi remilgada y recatada vida.

―Solo esperaba terminar las clases ―expuse casi avergonzada.

Y era cierto, solo que no esperaba que él me buscara. Eso me hizo feliz.

―Eso habla bien de usted ―repuso obsequiándome una tenue sonrisa―, ¿ya terminó allí? ―señala el casillero espabilándome.

―Eh s-sí, solo tomaba mis cosas.

Intento tomar las libretas para meterlos en mi morral, pero las nuevas cartas caen desperdigadas en el suelo.

¡No puede ser!

―Entonces el rumor es cierto ―dice agachándose y tomando una de ellas.

―S-Son solo tonterías. ―Me apresuro en tomarlas de su mano. Incluso la que hojeaba―, creo que solo les gusta jugar con eso ―añado guardándolas apresurada en mi morral.

―¿Que hace con ellas? ¿Las lee por lo menos? ―pregunta con mucha seriedad, sorprendiéndome.

―Ah... sí, claro ―respondo para zafar la situación, porque la verdad es que ni siquiera hago eso y solo las quemo en mi chimenea, pero él no tiene por qué enterarse―. Ah, traje firmado el permiso que pidió ―prosigo para terminar de olvidar el tema de las cartas.

―Entonces venga conmigo, tenemos cosas que hacer ―dijo señalándome el camino.

Empieza a caminar y yo lo sigo agarrando bien mi morral. Durante el trayecto hacia su oficina no dice nada más. Entramos en el cubículo y me hace tomar asiento mientras busca alguna cosa. Me dedico a repararlo disimuladamente. Como siempre, luce bien y muy impecable en su bata blanca. Sin embargo, al mirar la foto de él y su esposa me entristezco. Suspiro bajo, como me gustaría estar en su... lugar.

―¿En serio lees las cartas? ―retoma la pregunta, como si el tema le interesara.

Lo cierto es que a mi harta.

―Sí, todas.

Una mentirita piadosa.

―¿Y alguna vez ha respondido alguna? Estoy seguro que todas ellas están llenas de sentimientos y esperan por lo menos una respuesta.

Eso me deja helada recordando lo que hago con esos sentimientos. Me hace parecer un ser sin eso, sentimientos; sin embargo, yo no le daba cabida a ninguna de las palabras expresadas en esas cartas porque simplemente ninguna era de él. Y era algo que jamás iba a pasar.

―No ―contesto con la realidad.

―¿No te interesa saber lo que dicen?

―¡Profesor! ―exclamo, porque en serio no quería seguir con el tema, ni siquiera por ser él quien lo pregunte.

―Lo siento, no era mi intención entrometerme ―se excusa afirmando sus lentes y tomando asiento en su puesto, seguido pone sobre su escritorio un par de carpetas.

―No se preocupe, es solo que ya es demasiado que todos los días las dejen en mi casillero sabiendo que jamás voy a responderlas.

―Ya veo.

Él extiende su mano y yo le entrego el papel firmado. Cruzo los dedos porque no se dé cuenta que falsifiqué la firma de mi padre con ayuda del buen Albert. Luego de la cena, no pude hablar con papá y en el desayuno tampoco hubo oportunidad, nunca se presentó. Él la examina y la guarda en una de las carpetas.

―¿Está libre mañana sábado? ―pregunta y aunque me sorprende un poco, asiento―, entonces te espero aquí en la escuela a las ocho, ¿hay algún inconveniente con ello?

―No, no lo hay ―respondo con rapidez. Lo que menos quiero es tener excusas para que se arrepienta.

Se levanta de la silla y extiende su mano ofreciéndomela, ese gesto me pone nerviosa, tanto que me demoro como tonta en tomarla. Insiste y yo tengo que vencer la timidez y aceptar el amable gesto. Estiro la mía y la tomo, su mano grande abrasa la mía pequeña y la calidez del gesto se siente agradable.

―Gracias por aceptar ―dice afianzando el apretón.

―¿Puedo saber por qué me escogió?

Eso le hace sonreír.

―Es obvio, porque eres la mejor ―dice, y aunque escuchar eso no me desagrada como debería, si me desinfla las ilusiones.                 

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Poco a poco la vamos a ir entendiendo, así que muchas gracias por leer!! Espero les esté gustando.

Deseándote en silencio✔Where stories live. Discover now