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Gruño como si fuese un león al que acaban de quitarle su presa cuando mi teléfono no deja de sonar y vibrar encima de la mesilla. Me desperezo y me tapo los oídos con mis manos. Frunzo el ceño cuando el sonido no cesa y lo cojo de mala gana. Ni siquiera miro quién llama antes de descolgar.

-¡Joder, ojitos! Llevo como quince minutos esperando delante de la puerta, llamo al timbre y nadie abre. ¿Dónde estás? -me llevo una mano a la frente y cierro los ojos suspirando. Me he quedado dormida.

-En la cama. ¡Lo siento! Me olvidé de poner el despertador y mi familia no está en casa. Ahora bajo -me levanto bajándome los pantalones cortos de pijama y ni siquiera me preocupo en peinarme la mata de pelo.

Cuando abro la puerta me encuentro con un Matt de pelo húmedo, pantalones de deporte, camiseta de tirantes -las mangas sin costuras- y las zapatillas de siempre. Su sencillez le hace más atractivo.

-Pasa -me hago un lado y acomodo los cojines del sofá intentando ordenar un poco rápidamente.

En estos días ha estado en mi casa para pasar a recogerme pero nunca dentro. ¿Y con Dean? Lo único que hemos hecho ha sido intercambiar algún mensaje que otro. Podría plantarme en su puerta y obligarlo a hablar, pero no voy a hacerlo. No pienso ser una arrastrada. Me niego totalmente.

-Tu casa es increíble, la mía parece chabola comparada a esta -ríe metiéndose las manos en los bolsillos.

-Voy a vestirme. Algo cómodo por lo que veo, ¿no? ¿De verdad no piensas decirme a dónde vamos?

-¿Qué gracia tendría saberlo? No seas impaciente -sonríe y señala mi cuerpo-. Tu pijama es una monada. ¿Te lo compraste en Disneyland cuando tenías doce años? -ríe divertido y yo le saco el dedo corazón avergonzada. Subo las escaleras bufando. ¿Qué tiene de malo mi pijama de Minnie Mouse?

Cierro la puerta de mi habitación detrás de mí y me cepillo el pelo soltando quejidos cada vez que tiro de un nudo. Me extraña que no haya hecho ningún comentario del nido de pájaros que llevo en la cabeza. Aunque yo sé que sus comentarios solo son para hacerme de rabiar. Le gusta sacarme de mis casillas.

Me recojo todos los mechones en una coleta alta y me visto con un atuendo deportivo. Me anudo la camiseta de Adidas a la altura de la cintura mostrando mi ombligo que casi no se ve debido a mis pantalones cortos negros de la misma marca. Me calzo con unas de mis zapatillas más cómodas y bajo después de echarme perfume.

Me paso por la cocina para coger algo para desayunar y vuelvo al salón para encontrarme a Matt mirando mis fotos de pequeña.

-¿Cuándo podré conocer a tu hermano? -río y le agarro del brazo para sacarle de ahí. Salgo de casa junto a él y bajo las escaleras del porche.

-Jamás. Créeme, no quieres conocerle.

Como siempre, su coche huele a menta. Pero ahora se mezcla con perfume de hombre que me vuelve loca. No hay nada que me pierda más que un chico que huele bien. Me encanta cuando les abrazas escondiendo la cabeza en su pecho y su olor invade todos tus sentidos.

Ya es costumbre que ponga canciones de hip hop a todo volumen. De vez en cuando, la bajamor para intercambiar algunas palabras, pero la mayoría del tiempo de los cincuenta minutos de viaje los pasamos cantando a todo pulmón.

Cada vez que se lleva la mano a la boca como si estuviese sujetando un micrófono, sus bíceps aumentan y disminuyen su tamaño cuando su brazo se flexiona. Algunos de sus tatuajes negros se distorsionan junto al músculo y la piel.

Al llegar, lo único que capto es olor a pureza, a bosque, a naturaleza. Solo se escucha el cantar de los pájaros y el crujido de los palos rompiéndose bajo nuestros pies con cada paso que damos. Ni siquiera sabía que había sitios tan naturales aquí.

MíaWhere stories live. Discover now