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Parte 1.

Me desperezo en una cama ajena: la de Matt. Y todos los recuerdos del día de ayer invaden mi mente. La cena con Dean, el momento en el que cortamos, el rato que estuve con Matt después de eso y por último, que me quedé a dormir en su casa. Ni siquiera quiero pensar en lo primero. Tampoco debo, al menos no ahora. No quiero ponerme de mal humor durante todo el día. No quiero irme a casa a encerrarme en mi habitación. Me niego a que un chico pueda arruinar mi ánimo. Aunque ese chico sea Dean, y le quiera, y me duela que haya pasado todo esto. La soledad solo haría que me comiese más la cabeza y le diese vueltas y vueltas. A lo mejor deberíamos hablarlo, tampoco fue una manera muy madura de dejar la relación, tal vez tengamos que pensarlo dos veces. Pero ahora no me apetece, y no voy a hacerlo.

Me froto los ojos adormilada y me levanto de la cama todavía con la ropa que me prestó ayer. Tenía razón. Su cama es comodísima y he dormido increíblemente bien. Tal vez ha sido por el disgusto de ayer. Siempre que lloro me quedo agotada y duermo la mona, me siento bastante descansada cuando esto ocurre. Adoro la sensación, aunque no sé si vale la pena pasar por el mal momento. Debo ser masoquista o algo de eso.

En cuanto abro la puerta de la habitación, un olor delicioso recorre el corto y estrecho pasillo haciendo a mis tripas rugir como si no hubiera un mañana. Pero antes de acudir a la comida, hago una parada en el baño. Hago lo que tengo que hacer y me lavo la cara con agua fría para despejarme un poco. Siento los ojos demasiado pegados e hinchados.

Cuando salgo y llego a la cocina, me encuentro a Matt vestido y peinado -a su estilo, a lo me he peinado de una forma concreta para que parezca que no lo he hecho- poniendo el desayuno en la mesa, y tiene una pinta estupenda.

-Buenos días -sonríe al verme-. Estaba a punto de despertarte. No quería que se enfríe esta delicia -señala el plato frente a él repleto de trozos de pan con azúcar y sirope. También hay dos tazas. Una llena de café y otra llena de leche con cacao.

-¿Qué es? -me siento justo cuando él coge sitio a mi lado. El olor de su perfume invade mis sentidos mezclándose con el del desayuno.

-¿Lo dices en serio? -alza las cejas mirándome incrédulo y yo me encojo de hombros. Tiene una pinta deliciosa y huele de infarto, pero a ser sincera, nunca lo había visto en ninguna parte.

-Son tostadas francesas. Y me salen buenísimas -sonrío a la vez que él parte un trozo con el tenedor. Acerca el cubierto a mi boca-. Abre -hago lo que me dice sin más remedio por la rapidez con la que lo hace y en cuanto hace contacto con mis papilas gustativas siento que se me va a caer la baba en cualquier momento. No me puedo creer que haya pasado tantos años de mi vida sin haberlas probado. Y aunque sea la primera vez, creo que tiene razón. Le quedan espectaculares.

Desde ese momento empiezo a comérmelas por mi cuenta junto a él. Ninguno habla porque estamos demasiado ocupados. Cuando como, como. Y no quiero que nadie me moleste o me haga hablar con la boca llena de comida. Pero me asalta la curiosidad al verle dar un trago de la bebida.

-¿No te gusta el café? -niega y se relame los labios quitando el rastro de leche que le ha quedado sobre estos.

-Nada de nada. Está asqueroso. Y no entiendo eso de que a la gente le espabila. Me tomé unos cuantos en mi época de instituto y me quedaba dormido igual durante las clases -reímos y acabamos de desayunar después de unos minutos.

MíaWhere stories live. Discover now