03 | Un diario extraviado

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Las clases de matemáticas siempre han sido las que disfruto más que las demás, lo cual quiere decir que cualquier otra clase que no tenga nada que ver con esa es, de por sí, aburrida para mí

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Las clases de matemáticas siempre han sido las que disfruto más que las demás, lo cual quiere decir que cualquier otra clase que no tenga nada que ver con esa es, de por sí, aburrida para mí.

Como la de ahora: Gimnasia.

No es mi pasatiempo favorito ejercitarme, pero debido a que pertenezco al equipo de porristas de la escuela, me he visto obligada a mantener una dieta equilibrada y hacer ejercicio al menos tres veces por semana, ya que así mantengo mi figura y peso corporal livianos sin ningún problema para hacer las barras con coreografía cada vez que hay campeonatos o algún evento importante que requiera de nuestra presencia. Es en este contexto en donde me pregunto siempre a mí misma si es que debería seguir soportando esa tortura fitness por unos simples aplausos al terminar cada presentación. Sidney, la capitana del equipo de porristas, a menudo nos dice lo orgullosa que está de que formemos parte de él, porque significa mucho para ella que dediquemos parte de nuestro tiempo en algo que nos gusta, algo que a ella también le apasiona. No es de las personas que se aprovecha de su cargo, que está por sobre el de nosotras, para tomarse otras atribuciones y es precisamente eso lo que me mantiene ahí, en el equipo.

Volviendo al tema de la clase de Gimnasia, el hecho de que lo practique de vez en cuando no quiere decir que la disfrute, sobre todo porque en este momento todos mis compañeros se encuentran presentes. Incluido el trío de sabiondos. A la profesora encargada de que hagamos toda clase de ejercicios en las dos horas que nos dan, lo único que se le ocurre es hacernos correr alrededor del gimnasio, como hace un rato, pero no se digna siquiera a hacer una demostración o algo. Lo típico en profesores de deportes.

Apenas hemos terminado de hacerlo y todas, incluyéndome, estamos con la lengua afuera, totalmente agotadas. Nadia siempre se anda quejando de que la señorita nunca nos pone un ejemplo de lo que debemos hacer. Siempre es "corran", "hagan sentadillas", "abdominales", etc., pero, ¿acaso ella se digna a hacerlas? Siendo sincera, conociendo a la mayoría de profesores de deportes, está claro que no. Y nosotras no podemos hacer más que obedecer, lamentablemente. Aunque, dejando de lado las quejas de la pelirroja, me voy a permitir afirmar que lo bueno de todo esto es que la señorita casi no nos supervisa. Viene vestida deportivamente, pero eso es solo para no levantar sospechas de su incompetencia laboral frente al personal administrativo de la escuela. En momentos como este acaba de salir del gimnasio debido a una llamada que recibió, así que podemos descansar.

Nadia, algunas chicas del equipo y yo nos sentamos en una esquina para recuperar la energía perdida en las casi dos horas. Hoy he estado más callada que otras veces, puesto que tener a Boward como compañero de pupitre me genera un humor de perros. Ahora que compartimos carpeta, no relacionarme con él parece casi imposible; siempre busca algo de qué hablar o qué decirme, y yo no puedo hacer más que tratar de ignorarlo o responder de la manera más cortante que se me ocurre. ¿Es que no se da cuenta de que no me interesa tener nada que ver con él? Mientras más callado esté, mejor para mí. No tengo deseos de que altere para nada mi tranquila vida, pero sobre todo no quiero que vuelva a aparecerse por el centro comercial en el tiempo que me encuentro laborando allí. Su presencia supone problemas que, por tratarse de él, quiero evitar. No obstante, tampoco puedo prohibirle que vaya, dado que el simple hecho de que lo haga solo levantaría muchas sospechas. ¿Por qué tenía que ser precisamente él? De entre los miles de habitantes de esta ciudad tuvo que ser él quien se apareciera por mi trabajo.

Buscando tu atención [SB#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora