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Cuando el día terminaba y el cansancio le calaba los huesos se dispuso a sentarse sobre la banca de madera que quedaba justo frente al púlpito de la iglesia, su lugar favorito para tomar un descanso. Mientras caminaba hasta allí se fijo que ya no quedaba nadie alrededor, tan solo unas monjas que se dirigían al convento para irse a dormir. Se podía decir que aquella era su parte favorita del día, cuando el lugar estaba asumido en completo silencio y hasta podía escuchar sus pensamientos. Después de cinco años había comenzado a desarrollar cierta comodidad con la soledad ya que durante el período que duró su seminario siempre tuvo que estar en compañía de más personas aunque el no quisiese, ya fuese por sus guías, los demás sacerdotes, estudiantes o la gente de la congregación en general. Durante todo ese tiempo se había enfocado en ayudar al resto, pensar en el prójimo durante todo el día antes que en si mismo.

Ahora que ya era oficialmente un sacerdote ante los ojos de Dios se daba aquellos pequeños placeres.

Respiraba varias veces bajo la luz directa de la luna enfocándolo como un reflector. Le dolían las piernas al estar la mayor parte del tiempo de pie así que las estiró en silencio debajo de la sotana hasta que los huesos de sus rodillas sonaron. A decir verdad aquello se debía a la tensión que estaba sintiendo hace días, la misma que no le dejaba dormir por las noches y lo tenía hasta la madrugada sentado en la misma banca pensando. Muchas cosas cruzaban su mente como ideas fugaces y ninguna le dejaba tranquilo, quizá porque se trataban de heridas dentro de él que jamás sanaron o que evocaban la ira que había estado acumulando durante años.

Esa noche se parecía mucho a las anteriores aunque era la última que pasaría en esa iglesia. Por la mañana debía subirse a un tren que lo llevaría a su nueva congregación donde sería el Ministro a cargo. Era un puesto alto que se había ganado gracias al esfuerzo que puso durante el seminario y su llegada con la gente. Su sacerdote guía le decía que era una oportunidad que se les daba a muy pocos y que debía agradecer a Dios que se le hubieran concedido a el a pesar de que tenía 23 años solamente. Él lo aceptaba, sabía que no era algo que se podía tomar a la ligera y estaba bastante dispuesto a dar lo mejor de sí mismo para hacer sentir a todo el mundo orgulloso.

Pero Jungkook tenía miedo de volver a ese lugar.

− ¿Tan solo a estas horas, Jeon?

Aquella voz resuena por todo el lugar y Jungkook gira su cabeza para encontrarse con la silueta de su ministro guía acercándose hacia el. Soltó un suspiro, quizá quería estar solo pero el hombre llego en buen momento porque su mente estaba consumiéndose en pensamientos que le hacían sentir mal.

− Estaba disfrutando de la quietud de la iglesia por unos momentos −contesta−, el día es tan ajetreado aquí dentro que a veces necesito un respiro.

El hombre toma asiento a un lado suyo mientras mira al púlpito como Jungkook lo hacía minutos atrás.

− ¿Acaso hay algo que te tiene inquieto, chico?

Jungkook no sabía qué responder, o mejor dicho, no quería responder. Hacía días que su mente le estaba jugando malas pasadas y que el pecho se le llenaba de emociones que había reprimido durante los últimos cinco años. Parecía que se había colocado sobre los hombros un enorme peso que antes había dejado de lado ignorándolo. Deseaba estar más tranquilo y trataba de distraerse entregándose 100% a su trabajo como sacerdote pero ni siquiera eso era suficiente. Su cerebro seguía activo por la noche sin dejarlo descansar de aquellos pesados pensamientos.

− El viaje me tiene un poco preocupado, eso es todo.

El Ministro alza una ceja confundido.

− Deberías disfrutar de esta oportunidad. Hacerte cargo de una congregación entera a tu edad es un lujo que se le da a unos pocos, ya te lo he dicho.

Pecado ◆ Kookmin ; 국민Where stories live. Discover now