Capítulo 14

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Parecía estar encerrado en una fotografía

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Parecía estar encerrado en una fotografía. Sí, debía ser eso, puesto que todo lo que veía ya había pasado, ¿o no? Sentía que sí, que ya había vivido ese momento tan dichoso. Recordó el sentimiento de felicidad, de hecho volvió a sentirlo. No le importó, dejó de hacerse tantas preguntas y se centró en disfrutar.

Estaban en un río a las afueras de su antigua ciudad. El ambiente era fresco. El silbido del viento agitaba los árboles y las pendientes de las que habían descendido con cuidado, sobre todo él. Pero tenía a Hernesto que siempre iba adelante para ser el soporte que lo sostuviera si llegase a caer.

Las piedras eran mohosas y resbaladizas, el terreno fangoso. Después de varios descansos para que no se agitara llegaron al pie del río. No dudó en sentir el correr de las aguas por su mano. Eran frías, o así lo recordaba. A su lado estaban sus dos amigos, sus fieles compañeros que no lo habían abandonado, ni en los momentos más difíciles.

—¿Nos abandonarás ahora? —preguntó Hernesto quien estaba a su lado.

Todo se paralizó. La voz de su amigo retumbó por todo el paraje, casi de forma sobrenatural. Sintió algo distinto. Ya el río no estaba en movimiento, ni las aves continuaban su vuelo. El tiempo se paralizó y con él todo el curso natural del mundo. David se levantó confundido, su corazón latía con fuerza reaccionando a su repentino temor. Las sonrisas se borraron para darle paso a rostros deformes; caras incorpóreas que adoptaron formas abstractas, similares a la sangre coagulada. De estas se abrieron do agujeros, salió un grito ensordecedor. David se sobresaltó y gritó con terror. El pánico se había avivado haciéndolo caer de rodillas al suelo. Temblaba.

—¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar? —gritaban con voces guturales. De repente no eran una, eran dos, tres y cuatro voces que se unieron al coro de preguntas que no parecían parar.

—¡No! ¡No los abandonaré, nunca! —exclamó David en un ataque de pánico.

Hacía lo posible por mantener su corazón a raya, pero no podía. Sus palpitaciones eran constantes y sonoras; en toda su mente retumbaban como tambores de guerra «pum, pum, pum». Las voces no callaban, hacían las mismas preguntas una y otra vez. David agarró su cabeza con ambas manos en un gesto de desesperación. Su pecho dolía. Se asfixiaba. Moría.

—¡Por favor, lo juro, lo juro! ¡No los abandonaré!

Y todo su mundo desapareció.

Se encontró a sí mismo, con los ojos abiertos y el tenue susurro de sus labios que decían «Abandonaré» El corazón le latía a un ritmo más acelerado a lo normal, así que dedicó unos minutos en tranquilizarse. Notó el correr de gotas de sudor por su frente, quizá por el temor experimentado en otro ángulo, otra dimensión que no era la real. «Solo una pesadilla» pensó intentando sosegarse. La misma pesadilla del día anterior y del antepasado. Llevaba tres noches soñando lo mismo, salvo que los paisajes eran distintos. El primero fue todavía en el hospital, el resto en la casa, después que le dieron de alta.

La diosa del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora