Capítulo 44.

790 127 61
                                    

Al día siguiente no pudo levantarse

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Al día siguiente no pudo levantarse.

Lo último que recordaba de la noche anterior era que Vida le mostró, llena de congoja, un mechón de su cabello. Plateado.

Ese color indicaba que quedaba nada para el fin. Pasó de tener una melena rojiza, a un cabello plateado, sin color, sin alegría. Se estaba muriendo, tal y como muere una flor. Poco a poco el color cambia, mientras que sus pétalos van perdiendo fuerza, cayéndose uno a uno hasta que no queda nada.

No recuerda cuando se fue Vida. Pequeños retazos de sus recuerdos llegaron al abrir sus ojos. Una sonrisa triste, un abrazo, un beso en la mejilla y por último, un tenue olor a orquídeas que desapareció en la neblina nocturna.

Al despertar intentó levantarse de su lecho de hojas secas y ramas. No pudo, sus piernas no respondieron. Intentó pedirle ayuda a algún animal, pero ya no podía escucharlos. Muchos se acercaron angustiados quizá, no pudo saberlo porque no entendía sus reacciones.

Fue entonces cuando sintió una presión en su pecho y un vacío en su estómago. Estaba incompleta. Ya no era una guardiana, no podía cuidar nada. Forest, la gran Forest, protectora del bosque de Arlesia y ex diosa de la Naturaleza se había convertido en eso. Una mortal.

No había árbol al cual acudir a su llamado; no existía flor que pudiera regresar a la tierra o río que pudiera purificar. El viento ya no contestaba y los animales no entendían lo que pasaba. Gritó frustrada mientras daba golpes en el suelo. Estaba inmóvil, acorralada.

Sintió algo líquido resbalarse por sus mejillas. Al tocárselas notó que era una ilusión, no había lágrima alguna, sin embargo su cuerpo cada vez más pedía la necesidad de ellas. Observó sus manos, y casi pudo asemejar su color de piel con la de su cabello.

—¡Lo siento! —vociferó angustiada. Todos los animales silvestres que estaban alrededor se acercaron, incluyendo algunos puercoespines, de los pocos que los humanos no pudieron capturar—. Ya no puedo... ya no estaré más con ustedes —sollozó sin lágrima alguna—. Los voy a extrañar mucho —murmuró con voz queda, al tiempo que abrazaba a unas liebres.

En menos de lo que canta un gallo, estuvo rodeada de un montón de aves y pequeños animales que se empujaban para reposar en su regazo. A pesar de que era una mortal, todos ellos la querían, y al parecer, no deseaban que se fuera.

Mientras intentaba darles a todos lo último de amor que le quedaba, pensó en David. «Oh David... no vengas, por favor no vengas más. No quiero que me veas agonizar. No sé si tu corazón lo resista» Gritó de nuevo mientras aferraba en sus brazos a un pequeño conejo.

Tanto había deseado morir que ahora se aferraba con dolor a lo poco que le quedaba de vida.

Muchos animales se conglomeraron en el centro del bosque, allí donde se encontraba el Árbol Padre. De día se veía menos tenebroso y más apacible. Forest observó los cerezos que rodeaban el árbol. Eran hermosos y daban un color distinto al verde del paisaje. Muchos pétalos se posaron a su alrededor, de una u otra forma los elementos de la naturaleza se acercaban a ella. Querían estar junto a Forest hasta su último momento.

La diosa del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora