Capítulo 16

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La Tierra, la naturaleza, el ambiente

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La Tierra, la naturaleza, el ambiente... como quisieran llamarle, solo significaba una cosa. Vida.

Aunque no tuviera una relación directa con la diosa de la Existencia, era la causante de que los seres vivos pudieran sobrevivir dentro de su ecosistema; dentro de su perfecta atmósfera. La Tierra, curiosamente no era una diosa, o un dios. Por en cambio, era algo mucho más hermoso y delicado. Un pequeño árbol, verde y brillante que mantenía Vida con ella. Estaba protegido por un cristal que le rodeaba por completo, en donde se veía su estado. Antes le había pertenecido a Forest, cuando era la diosa de la Naturaleza, pero sus pecados habían sido graves, lo que provocó que su cuerpo y alma fueran encerrados en un bosque que le llenaba de felicidad y tristeza.

El árbol al que llamaba Tierra, tenía una conexión con el Árbol Padre, ya que este último era tan solo una manera de comunicarle a Forest todo lo que sufría diariamente, algo que era necesario, porque si la Tierra no se desahogaba, entonces corría el riesgo de desatar su furia y destruir la gran obra del Creador, los humanos.

Así que Forest actuaba en ese aspecto como un tranquilizador. Un calmante que le transmitía amor y seguridad a la madre, a costa de su sufrimiento diario. «Es necesario» le gustaba decirse, aun cuando no se lo creía en lo más mínimo. No tenía otra opción, ese era su destino.

La misma frase rondó en su mente al estar delante de él. No podía comprender todavía, la fortaleza y la insistencia de aquel joven empecinado a creerse distinto a los humanos. Creyendo que por el simple motivo de querer la naturaleza, no era capaz de darle la espalda, como millones habían hecho. Era una traición dolorosa, una que ella experimentó en carne propia, viva «Fue doloroso... —Recordó, reacia a perturbar su expresión sólida—. Pero eso quedó en el pasado»

Debía encontrar la manera de expulsar a aquel joven, así le costase actuar diferente. Debía lograrlo a toda costa. Era un humano, una escoria que le haría daño al bosque. No... no lo podía permitir, tenía que cuidar su hogar de los humanos. Lamentablemente, debía cumplir con las reglas, y efectivamente, como él había dicho, no podía echarlo de ese lugar a menos que hiciera algo prohibido. Su pericia la había tomado desapercibida, e incluso, no fue nada agradable al no tener argumentos con qué expulsarlo. A pesar de que su expresión estaba llena de malicia, no podía permitirse que a través de esa falsa máscara se notara la pequeña angustia que surgía en lo profundo de su alma. Debía a toda costa, mantener la cordura que por tantos años fue una de sus características.

—Vete —pidió de nuevo—. Si realmente eres un humano distinto, entonces te irás.

El chico de rulos que se llamaba David, continuó mirándola sin intenciones de irse. Él evaluaba cada parte de su rostro. Sin embargo, aquella acción no hacía sino evidenciar aún más su miedo; el temor que le carcomía por dentro. «Se arma de valor —comprendió—. Vino con un objetivo, y no se quiere ir hasta cumplirlo»

—Dime... —La voz del joven había salido débil, en un pequeño hilo. Toda la determinación que había tenido minutos antes se había esfumado «No es para más, he dado en la herida que sigue latente. Extraña a sus amigos, y yo se los he arrebatado»—. ¿Qué hiciste con ellos? ¿Dónde están? ¿Se encuentran bien?

La diosa del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora