Capítulo 38

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Algo le estaba pasando, algo que le inquietaba

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Algo le estaba pasando, algo que le inquietaba.

Cada vez que cruzaba miradas con Forest el mundo alrededor desaparecía. Se introducía en la belleza de sus ojos, tan verdes como las hojas de los árboles, vívida, hermosa. Poco a poco conocía un poquito más de ella y cada cosa que descubría le gustaba más que la otra.

Habían pasado tres semanas desde que visitó el pequeño bosque otoñal. Ciertamente fue hermoso. Al llegar lo recibió una lluvia de hojas que se mecían en el viento con gracilidad; el espectáculo fue hermoso y no dudó un segundo en detenerse para admirarlo. Pero mientras lo hacía su mirada se había desviado varias veces en dirección a la guardiana, quien sonreía con amplitud por la belleza de su bosque. No fue esa liga de colores cálidos lo que le mantuvo distraído. Fue ella.

Su corazón se aceleraba al verla sonreír. Claro, lo calmaba al rato repitiéndose las mismas palabras de siempre. Incluso así, eso no era impedimento para que dentro de su estómago revolotearan miles de mariposas al mirarla. Quizá la comparación no era la más acertada, mas ¿Cómo podía describir la agitación que lo embargaba al cruzar miradas? Ella parecía sentirlo también. Negó con rapidez. Imposible.

Cerró sus ojos mientras inhalaba profundo. ¿Qué le estaba haciendo Forest como para que la pensara toda la noche? Siempre su imagen llegaba a su mente sin desearlo, sin permiso; aunque en realidad no le molestaba esa intrusión, esa bella intrusión. Al regresar a su casa se concentraba en banalidades; hacer los ejercicios que le recetaban los doctores, estar pendiente de sus pastillas, de su peso. Y en cuanto lo hacía rememoraba cada capítulo de su vida junto a ella; cada mañana y tarde que se marcaba en su memoria como un bello recuerdo que comenzó a atesorar tanto como los de sus amigos.

Los días junto a ella eran distintos; siempre descubría un poco más sobre su deber, sobre el bosque en general. Forest le contaba anécdotas y él igual. El cariño entre ambos crecía cada día, así lo sentía. Pero David comenzaba a alejarse; ya lo que comenzaba como una simple amistad tomaba un rumbo muy distinto. «Maldición, ¿por qué pienso estas cosas? —Inhaló de nuevo—. Sólo somos buenos compañeros, nada más —Se repitió por enésima vez—, los revuelos en mi estómago es hambre, y mis latidos acelerados son problemas típicos de mi enfermedad, nada que tenga relación con ella»

De repente a su mente llegó una imagen; la de sus labios. Ese día, luego de que ella le hiciera esa pregunta su corazón dio un vuelco enorme. Deseaba ver a sus amigos de nuevo; añoraba el día en que ellos regresaran a su vida para iluminarla de nuevo. Pero de tan solo imaginarse que no volvería a verla le dio un mal sabor en la boca. No se veía haciéndolo, ¿cómo era capaz de abandonarla? Ella cambió al conocerlo y eso le llenaba de una profunda dicha. Era insegura, imperturbable como las aguas de una laguna, mas con su llegada Forest sonrió, e incluso, escuchó su risa por primera vez. No recuerda haber oído algo tan tierno y armonioso en su vida.

«No puedo, jamás la abandonaré. No me sentiré feliz de saber que ella está ahí, sola; únicamente con la compañía de plantas que no le pueden enseñar más nada de lo que ya sabe» Recordó su acercamiento y luego, como su mirada se perdía en los labios de la guardiana. No eran gruesos o carnosos; eran simples, delgados, rosados, provocativos. No había podido despegar su vista de ellos, cuando ni siquiera lo había planeado. Abrió sus ojos de golpe al sentir como sus mejillas se ruborizaban.

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