Capítulo 22

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Había regresado a tiempo para el rezo en familia

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Había regresado a tiempo para el rezo en familia. El sol se estaba ocultando por las montañas cuando volvió a colocar a Tronco de Roble en el pequeño establo. Acarició al caballo cuando se bajó de él. Afuera su madre y su hermana la esperaban, mientras su padre llegaba con una carreta llena de pedazos de troncos, gruesos y pesados.

—¿Qué tal te fue? —preguntó su madre luego de darle un tierno beso en la mejilla. Miró de reojo a las bolsas que Laurel había sacado de las alforjas, no muy contenta—. ¿Qué es esto? —preguntó cuando miró la poca comida.

—Me vendieron las papas por una moneda de plata —explicó—. Al igual que la ahuyama. Gasté en carne de cordero tres monedas de esas. Solo me sobró una y las de bronce.

—¿Qué? —preguntó sorprendida. Margaret miró con tristeza a su hermana—. Eso es demasiado ¿Por qué? —Laurel tenía vergüenza de responder esa pregunta. Bajó la mirada y contestó.

—Solo porque era yo —repuso incómoda. Su madre le miró sorprendida, mas no se lo reprochó.

—Tranquila mi amor. Algún día ellos pagarán sus injusticias. —Sonrió con ternura. Una sonrisa que pareció apaciguar sus preocupaciones—. Sobreviviremos a esto. Ven, ya es hora de rezar a nuestros dioses. —Tomó la manito de Margaret—. No se olviden de orar por el crecimiento sano y efectivo de los cultivos.

—Sí mamá —contestaron las niñas.

Regresaron a esperar que su padre estuviera listo. Mientras él se desocupaba, ellas se vistieron con prendas presentables para el rezo. Era una pequeña ceremonia que realizaban una vez por semana, en la que iban al bosque de las almas para agradecerles a los dioses, y a pedir por ellos.

Laurel se colocó un vestido sencillo de lana, color azul cielo. Se acomodó su cabello rizado lo mejor que pudo, colocándose algunas horquillas que le había regalado su madre en su día de nacimiento, para que sostuvieran los cabellos que se le iban al frente. Se colocó unas simples zapatillas, se acomodó el lazo del vestido y listo. Su hermana Margaret tenía un vestido similar, sólo que de color amarrillo. Ella tenía muchos rasgos físicos similares a Lau, diferenciándose en que su cabello no era rojizo, y sus ojos no eran verdes, sino de color café. Los había heredado de su madre, en cambio ella no.

Al salir, su padre Alfredo, ya estaba listo. Era un hombre corpulento y callado. Tenía el cabello del color del fuego, que se veía aún más claro bajo la luz del sol, pero en aquellos momentos era oscura como la noche que se ceñía sobre sus hombros. Se había puesto una ropa más presentable que la que usaba para trabajar allí en casa, aunque los rastros del sudor aún eran visibles.

—Alfred, cariño, que guapo te ves —dijo Arauid, mientras depositaba un delicado beso en la barbilla de Alfredo.

—Tú también te ves hermosa, amor —musitó, mientras depositaba un tenue beso en sus labios. Efímero, para que Margaret no lo notase.

La diosa del bosqueWhere stories live. Discover now