Capítulo 18: Parte tres -La guardiana-

1.6K 155 21
                                    

El aroma era un manjar que deleitaba cada uno de sus sentidos; tan agradable, que deseó quedarse en aquel paraíso por la eternidad

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

El aroma era un manjar que deleitaba cada uno de sus sentidos; tan agradable, que deseó quedarse en aquel paraíso por la eternidad. Y es que ¿Para qué vivir lejos de lo que amaba? Si algo le habían enseñado, era que estar en el lugar que te hacía feliz valía muchísimo más que un momento efímero, de esos que se lleva el viento.

Aquel sitio era eterno. Y ella quería una eternidad junto a ellos.

Era como desear ser una mariposa, una hermosa mariposa de alas azules, que volara y se posase sobre flores y árboles, envidiando cada pétalo y cada aroma, que por fortuna podía sentir tan débil como una caricia grácil.

Sintió la grama en sus pies, mientras movía sus dedos para sentir más de cerca aquella sensación tan agradable. Una pequeña risa afloró de sus labios al sentir el viento pegar en su rostro, alborotando su iracundo cabello, haciendo volar miles de pétalos de distintas flores en el aire, que giraban a su alrededor como si quisieran cada una de ellas darle un beso de despedida; darle una tenue acaricia que ni sus tristezas más profundas podrían hacerlas olvidar. Respiró el aroma de miles de vidas, de miles de colores flotantes. Se sintió en paz, sintió que sus pulmones saltaban de alegría mientras su corazón hacía alusión a una pequeña sonrisa.

Entonces se dejó caer, tan rápido y tan lento; alborotando nuevamente el viento bajo su cuerpo mientras caía, provocó un movimiento aleatorio de los pétalos de las flores que se posaban sobre ella, como pequeños niños rodeando a su hermana. Sonrió de nuevo y se quedó allí. Una inocente mariposa disfrutando del lugar que le correspondía. Entonces, el mismo pensamiento afloró en su mente. Deseó vivir allí, por la eternidad.

Cerró sus ojos y dejó que el resto de sus sentidos se activaran. Escuchó el viento, tan suave, tan grácil que parecía una ilusión escucharlo. El tenue eco de los cantos de los pájaros llegó a sus oídos, reconoció al ruiseñor y el mirlo que concurrían esos árboles. Eran melodiosos y organizados. Respiró distintos aromas, distintas flores... distintas amigas. Era mágico «Todo esto es gracias a los Dioses, ellos dan vida. Son generosos» pensó alegre. Ella idolatraba muchos Dioses, al igual que su familia había hecho por generación, pero en el centro del pueblo se hablaba de un solo Dios, un único Dios del cual ella desconocía.

«Yo creo en la vida y en la muerte. En el cielo; en el trueno; en el sol y en su esposa la luna; en el amor... sobre todo, creo en la naturaleza» Le gustaba imaginarse que esa Diosa, o Dios, eran seres hermosos, con un cabello largo y refinado, ojos del color de las esmeraldas «como los míos», y el cabello lleno de hojas y muchos tipos de flores.

Sin embargo, también creía en los rumores que corrían por el displicente pueblo. Lleno de rencor hacia algo o alguien ligado a ella, tanto que la trataban con el mejor desprecio que tenían. Siempre se había preguntado el porqué, pero nunca hizo la pregunta a voz alta. Su madre le dijo una vez: «Las personas juzgan sin conocer, así que no importa lo que digas, hasta que no te conozcan bien no te tratarán diferente» Y así fue. Nunca hizo muchos amigos. Por suerte, unas cuantas personas la trataban con el mismo cariño que ella daba. Uno de ellos, y quizá el más especial, era Dairev.

La diosa del bosqueWhere stories live. Discover now