Capítulo 32: Parte cuatro -El marchitar de una flor-

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Era increíble como en un solo día podía cambiar de emociones tan rápido

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Era increíble como en un solo día podía cambiar de emociones tan rápido. Creyó que su mundo acabaría cuando supo que Hernesto y Xavier jamás regresarían, aún persistía el dolor, la nostalgia y la negación en él, pero de alguna forma fueron aplacadas por ella.

Sonrió al pensar en Forest. Era muy distinta a como se la imaginaba. Era hermosa, con su pasado, con sus propios errores, y con las cadenas que estaba condenada a cargar. Jamás se imaginó que tomar algo del bosque le causaría tanto daño «Que los humanos viniéramos tan seguido debió ser una tortura» pensó bajándose del bus.

No quería pensar en ella como una nueva oportunidad de vivir la vida de manera distinta, sin embargo, al verla le era inevitable que se imaginase dos caminos diferentes. Estar con la guardiana cuyo mal carácter comenzaba a ser aplacado por motivos que desconocía, o seguir con su yo de diez años atrás; dejar que el niño depresivo regresara.

Al pensar en su infancia se estremeció. Sin duda no fueron buenos tiempos ni buenos recuerdos, prefería la actualidad, incluso junto a la guardiana. «Ella se llama Forest —recordó sin percatarse de la sonrisa tonta que surgió de sus labios—. Muy literal» rió para sí mismo justo entrando a su casa.

—¿Sabes la hora que es? —preguntó Cristal al verlo entrar por el pasillo casi de inmediato. Parecía tener un tiempo esperándolo. Colocó sus brazos en jarras en modo de reproche.

—¿La hora del almuerzo? —preguntó David sonriendo divertido. Alzó las dos bolsas de plástico que llevaba en las manos indicándole a su madre que había comprado algo de regreso.

—¿Qué es eso? El tuyo está en la mesa —replicó creyendo que era algún tipo de comida rápida. «Por Dios ¿Cree que soy tan imprudente?»

—Son para ti. —Terminó de entrar, dejó las bolsas en la mesa y se tomó la pastilla de la una, a pesar de que eran las dos en punto.

En la mesa de la casa nunca faltaba un pastillero con el horario de cada una de ellas pegadas a la pared, su madre siempre intentaba que él las tuviera la mano cuando lo necesitara. Luego se sentó a la mesa para devorar su comida. Al probar se dio cuenta que como usual, no llevaba sal.

—Creí que... te gustaría un aperitivo para tus series de Netflix, ya sabes, algo de chocolate y esas cosas. —Miró de soslayo a Cristal expectante, hasta que su expresión de sorpresa y alegría le salvó de un sermón.

Agradeció que esa idea le hubiese llegado antes de llegar a la casa.

—¡Gracias! —exclamó revisando las bolsas y sacando el contenido de ellas. Lo primero fueron algunas barras de chocolate—. Casi nunca haces este tipo de gestos, supongo que soy una buena madre —bromeó contenta. Sus dedos blanquecinos comenzaban a juguetear con pequeños mechones de su cabello—, por cierto, tengo una amiga cuya hija tiene la misma edad que tú. —David miró a su madre con reproche, mientras que ella reía alzando sus cejas coquetamente. Dejó que su enojo se hiciera visible.

La diosa del bosqueOnde histórias criam vida. Descubra agora