Capítulo 37

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Después de tres horas interminables, finalmente los grillos reanudaban su canto

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Después de tres horas interminables, finalmente los grillos reanudaban su canto.

El olor a orquídeas se había desvanecido tan pronto ella salió de su perplejidad. No intercambiaron palabras relevantes después de eso, salvo miradas llenas de culpa por aquel pasado que no podría corregirse.

Finalmente los animales volvieron a la cotidianidad; los que se habían despertado por el alboroto y la tensión de la guardiana volvían a sus cómodas, descansando para despertarse bien temprano como usualmente lo hacían. Los nocturnos no paraban de cantar, algunos daban luz, otros buscaban cazar.

Todavía intentaba asimilarlo. Le costaba creer que después de tanto tiempo él la hubiera seguido, incluso en otra vida, para volverla a conocer y quizá para algo más. ¡Pero no podía permitirlo! Ella era una guardiana y él un humano. Sus pétalos comenzaban a caer y los de él estaban en pleno crecimiento.

Claro, aquel chico estaría ajeno a todo ello, según le contó la diosa. Las almas que reencarnan jamás vuelven a saber de sus vidas anteriores; simplemente vuelven a nacer en un cuerpo distinto y con una vida distinta. De alguna u otra forma estas persiguen eso que jamás pudieron alcanzar: un sueño, un amor, un agradecimiento, e incluso un perdón.

No sabía cómo mirar a David luego de ello. ¿Podría actuar normal? No estaba segura de lograrlo porque ahora que sabía la verdad estaría pensando en él; buscaría más similitudes que le recordaran lo feliz que había sido con Dairev y en las desdichas que acabaron con sus vidas. «¿Por qué? —Se preguntó mirando al cielo, más un lamento—. ¿Acaso no fue suficiente lo que viví en mis primeras dos vidas? ¡¿Esta también se tenía que arruinar?!» Por primera vez creyó haber conocido a alguien que comprendía su punto de vista, su pensar; alguien que prontamente comenzaba a considerar su amigo, pero jamás fue así; siempre fue Dairev, el amor de su vida.

«Jamás tendré amigos —pensó—. Ellos no existen. El significado de amistad es demasiado perfecto para los humanos. Incluso, para los dioses»

Se acurrucó en el árbol cual bebé en brazos de su madre. Estaba preocupada, el picor en sus ojos continuaba; deseaba llorar y no podía. Recordó la vez en el que el mar de sus ojos se secó. Lloró cien noches, de allí surgió el nombre para el jardín de la doncella.

Vida creó un cuento para él, uno muy hermoso pero que le traía malos recuerdos.

«Había una vez una hermosa doncella de cabello rojizo, tan ondulado que parecía la melena de un feroz león. Tenía la sonrisa más hermosa del mundo que fácilmente podría cautivar a cualquier hombre. Lo que más resaltaba de ella eran sus ojos verdes como las hojas de los árboles.

Ella vivía en un frondoso bosque desde pequeña; conviviendo con cualquier tipo de ser vivo dentro de él. Sus días eran alegres, cantando canciones hermosas que los pájaros repetían para formar una hermosa melodía. Pero, un día todo cambió.

La diosa del bosqueWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu