;; CuArEnTa Y sEiS ;;

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Se supone que debería estar feliz.

Es mi cumpleaños número diecisiete y toda mi familia está aquí, en mi casa.

Haciendo ruido, gritando, comiendo.

Desordenando.

Suspiré resignada, de todas formas mamá ya lo había planeado y no podía hacer nada al respecto. Ella me dijo que me pusiera ropa con la que estuviera cómoda pero que se viera bien.

Me coloqué unos shorts negros, una camisa blanca corta por la cintura y un chaleco negro sobre ésta, también tenía mis vans y mi cabello atado en una coleta. No estaba perfecta pero tampoco me disgustaba.

Salí de mi habitación, para ver a toda mi familia allí fuera. Me apretujaron todos y cada uno de mis parientes, sin falta. Mis hermanos también lo hicieron pero podía tratarlos peor.

Vamos, no me digan que no lo han hecho, hermanas o hermanos mayores.

Yo sé que sí.

Pude ver a Max salir de la cocina, con crema en la nariz y sonriendo al verme. Se acercó a mí y me tomó de la cintura.

- Lamento no haberte podido traer un regalo. –dijo y yo me encogí de hombros, luego puse mi dedo en su nariz y saqué la crema de ésta, lamiéndola. – Te prometo que voy a recompensarte. –me dijo en el oído, antes de pegar nuestros labios por unos segundos.

Nuestro hermoso beso fue interrumpido por los gritos de la tía Fiona, quejándose porque había arañas en uno de los pastelillos que había tomado.

Miré a los mellizos, ambos estaban aguantando la risa.

Esos niños son cómo ratas escurridizas. Nunca vas a poder descubrirlos haciendo alguna travesura, siempre irán un paso por delante de la humanidad.

Malditos mellizos inhumanos.

Mamá me obligó a sentarme alrededor de la ENORME mesa que ella misma había preparado, hasta gente que yo no conocía estaba sentada en las sillas, comiendo lo que había encima de la mesa.

Un grito, picante.

Olivia.

Agradecí eso, al menos mi cumpleaños no sería tan aburrido.

Porque yo ya estaba durmiéndome. Tyler estaba igual que yo, a mi lado. Resulta que te obligan a sentarte en esa aburrida y enorme mesa desde los doce hasta que tienes la edad de los dinosaurios, o la de la abuela Georgia.

- ¿Podrías traer más pastelillos para la tía Almendra, Lizzy? –preguntó mamá desde el otro extremo de la mesa.

¿Almendra?

Pobre.

Me levanté de un salto de la silla, podría fingir que tenía diarrea con tal de salir de esa mesa que daba sueño.

Antes de que pudiera llegar a la cocina, sentí cómo me jalaban del brazo y me metían a la despensa.

Vaya.

- Hola Max. –sonreí, él se mordió el labio.

- ¿Prefieres que te de tu regalo o estar en esa aburrida mesa? –preguntó contra mi cuello. Mis mejillas se tiñeron de rojo en ese mismo momento y no dudé en elegir la primera opción.

Max sonrió y nos dirigimos hasta su habitación.

Según él, allí estaba mi regalo.

Traigan la silla de ruedas.

¡Ugh, no! 

Sacudí la cabeza, apartando ese raro y pervertido pensamiento, pero mis mejillas continuaron rojas. Su habitación estaba tan ordenada cómo siempre, con la excepción de algún que otro papel debajo de su escritorio. 

Me empujó hacia abajo para sentarme en la cama, y yo me dejé. No iba a oponer resistencia. Cualquier que sea  mi regalo, lo iba a disfrutar más que estando con amargados y comilones adultos.

- Espera aquí. –me dijo mi novio, y luego me guiñó un ojo para meterse en el armario.

Estuvo unos minutos allí dentro, mientras yo observaba alrededor. Su habitación era más ordenada que la mía, ahora que me doy cuenta.

Escuché las puertas del armario abrirse así que volteé hacia éste.

Santo Dios, arréstenme.

Max estaba vestido de policía. Con chaleco, placa, gorra, esposas, botines y... diría short, pero eso se asemeja más a un bóxer. Mis mejillas se tiñeron de rojo de inmediato, porque su sonrisa era juguetona y pícara. 

- ¿Lista? –preguntó y yo asentí frenéticamente, provocando que las roncas risas treparan por su garganta y casi me hicieran desmayarme.

Jodidamente caliente.

- Pero antes... -se posicionó detrás de mí, tomando mis manos y luego escuché un pequeño "Clic".

Estaba esposada.

¡Dios mío, estoy esposada a un policía caliente!

Así si vale la pena cometer crímenes.

Él sonrió y se quitó la gorra, lanzándola a algún lugar de su habitación. No me había dado cuenta que había cerrado la puerta con pestillo, y ahora la habitación estaba más oscura. El ambiente era caliente.

Él llevó una mano a su cabello, pasando la mano lentamente por él mientras se mordía el labio. Mis hormonas estaba por los cielos. Bajó su mano hasta el comienzo del chaleco y comenzó a quitárselo lentamente, dejándome una vista hermosa de su torso. Primero fui a sus hombros, grandes, bajé por sus brazos y recordé que me encantaba estar entre ellos, te sentías segura. Volví mi vista hacia sus pectorales, de abajo de ellos una tabla de chocolate llama abdominales que me volvía loca. Un poco más abajo, una muy marcada V me hacía perder el control. 

Yo estaba soltando jadeos y ni siquiera me había tocado, sólo me estaba mostrando su cuerpo. 

Ahora prosiguió a su short-bóxer, el cuál también quitó lentamente, dejándome ver sus muslos y su... bueno, paquete. Volteó y mis ojos estuvieron un tiempo en su espalda, también ancha y algo marcada. Sólo unos segundos, porque luego tuve el impulso de bajar hasta su trasero.

Un hombre con buen trasero no se ve todos los días.

Él se volteó y volví mi vista hacia sus oscuros ojos, que se reían de mí pero también brillaban con deseo. Pude ver cómo comenzaba a bajar su mano por su abdomen, hasta llegar a la tela de su (verdadero) bóxer, y meterla allí dentro. 

Amén.

Sentí mis piernas aflojarse y agradecí el estar sentada, una rara sensación estaba presente en mi estómago.

Puedo asegurarles que no son mariposas.

¡Primera parte!


Niñero. [editando]Where stories live. Discover now